Insigne matrona bolivarense descendiente de los primeros Alcalá, fundadores y defensores de la antigua Santo Tomás de la Guayana.
Me había extrañado porque no vio nada mío en la edición aniversaria de El Bolivarense. Creo fue cuando Oscar Palacios Herrera, director de El Nacional, me previno de la inconveniencia de que mi nombre de periodista apareciera en las dos partes. Entonces escribía sin firmar los reportajes o simplemente los calzaba con las iniciales de mi nombre o con un seudónimo que a la postre sería descubierto por la aguda perspicacia popular.
Me confesó que siempre le interesaron mis escritos y para corroborarlo fue a su cuarto y me trajo algunos recortes. Uno de ellos sobre la fiebre aftosa, de cuando El Bolivarense trabajaba utilizando las viejas herramientas de plomo con las cuales Monseñor Dámaso Cardozo forjaba conciencia espiritual desdés la Gaceta Eclesiástica.
-Me acostumbré tanto a ver tu nombre que el día en que no lo Vd. me pareció raro -dijo.
Eso fue mucho antes de que su hija Maby se la llevara a vivir con ella a una urbanización moderna de la ciudad. El viejo inmueble de la calle Boyacá debía ser restaurado, pues el barro y la piedra centenarios gritaban su polvo contra los arpegios del piano de su hermana Irma que en esos días de octubre había sido operada de la vista. El 15 de octubre, día de Santa Teresa.
Ese día, me comentó que su amiga Luz Machado escribió un artículo en la página editorial de El Nacional, titulado "Monjas y Poesías", con la mala fortuna de que además de los consabidos "errores de imprenta" omitieron su nombre. ¡Qué pena! Se hizo ésto tan frecuente en un periódico reputado de serio como el diario de Puerto Escondido, que Luz Machado terminó escribiendo en El Universal.
La autora de "A sol y a sombra", tan exigente e impecable en el manejo del lenguaje, mantuvo siempre, al igual que con Lucila Palacios, una comunicación fluida con doña Merecedes. El último contacto personal ocurrió el 5 de agosto de 1993. Estaba ese día que no podía ponerse de pie, pero su mente sorprendía invariablemente clara y coherente. Fraseaba la palabra con admirable soltura, tal como lo hacía escribiendo. Escribir. Jamás dejó de hacerlo en sus largos años. Manejaba la prosa y la poesía apegadas a una tradición cultural que era la más depurada de su tiempo. Nada ostentosa y de una bondad exquisita. Firmaba sus artículos publicados en los periódicos de la familia con el nombre de la primera letra de su nombre (EME).
Pero si bien en esos días nada mío había visto en la prensa, igualmene me ocurría a mí con respecto a ella.
-Yo muy poco escribo ahora. Me he sentido abatida. Figúrese, con esa muerte inesperada de Alejandro. Recientemente me había mandado sus tres últimos libros de poesía (Lámpara en la lluvia, La Hoja del Roble y el Libro de la libélula y el pez azul)... No somos nada en la vida... El año que pasó (1984) fue duro. Dicen que los años bisiestos son así.
Al menos para la familia lo fue, pero estaba a punto de llegar la bendición del Papa que según la fe milenaria suele alejar o apaciguar los males que asedian al hombre desde que fue arrojado del Paraíso.
-¿Cómo se prepara para la visita del Papa?
-Yo no iré porque mi hermana está delicada de salud y debo atenderla. De lo contrario, iría con David José, quien prometió ubicarme en un sitio para verlo pasar. De manera que me atendré a la televisión. Indudablemente que la visita por primera vez de un Papa a Venezuela y particularmente a Guayana, es un hecho trascendentalmente histórico y de gran significación. Al Papa lo considero como el mandatario del mundo espiritual y en el caso de Juan Pablo II, el único pontífice no romano en cuatro siglos, lo presiento como un predestinado.
-¿Sabe que sobrevolará la ciudad y las campanas de la Catedral lo anunciarán?
Las campanas de la Catedral fue también tema de aquella conversación del 14 de enero de 1985, especialmente porque ahora no conmueven con la misma sonoridad de bronce que le hacía brotar, Juan El Campanero. Sonoridad que llevó al Dr. J. M. Agosto Méndez a escribir su poema "Campanas de la Catedral".
-Ahora las tocan con una bola electrónica -se lamenta y casi que la invade la tristeza. Era que también se acordaba de Berenice, hospitalizada el 19 de diciembre, poco antes de la muerte de Alejandro, a causa de una culebrilla que le afectó el oído. No obstante vino a visitarme el 3 de enero con su hijo Pedro José que estudia ingeniería aeronáutica.
-¿Sabe una cosa, Doña Mercedes, usted me impresiona de la forma como memoriza las fechas?
Hubo una pausa. Pasó por alto la observación y volvió a tocar el tema de las campanas:
-Hasta Alejandro Vargas le dedica una estrofa (Cuando yo me muera/ quién me va a llorar/ sólo las campanas de la Catedral) en su popular aguinaldo Casta Paloma, cuya letra por cierto ha modificado Serenata Guayanesa. Debería haber una ley que prohibiera atentar contra la originalidad de las creaciones artísticas. Yo se lo reclamé a Mauricio Castro cuando vino a visitarme y él me dijo: "Tía, yo no se nada de eso". El Conjunto Contrapunto cuando rescató e interpretó ese aguinaldo, lo hizo conservando la letra original.
Confesó su admiración por ese inolvidable juglar bolivarense que fue Alejandro Vargas. A sus puertas llegaba en fiesta de Año Nuevo a cantar El Malecón, La Paraulata, la Curbinata. A Santamaría igualmente lo ponderaba como un acendrado músico telúrico.
-Tenía un gran oído y enseñó a mucha gente. El fue maestro de la Escuela de Música. Tenía 90 años cuando murió en 1982.
-Tengo entendido que usted fue una activa militante del bello canto?
-Yo cantaba desde chiquita. Toda la vida me ha gustado la música. Mi mamá me mandó a Caracas a estudiar canto y pasé cinco años estudiando en la Academia de Música y Declamación, ubicada de Santa Capilla a Beroes. Mi maestra era María Irazábal, maestra también de Fedora Alemán. Yo egresé de la Academia en 1929. Me casé y fue como hacer mutis para siempre en el escenario, no obstante ser el canto mi gran pasión. El matrimonio selló inexplicablemente mi voz de soprano-lírica. Tenía 24 años cuando me casé. En la Academia me decían: "Cuando regreses a Ciudad Bolívar lo vas a perder todo y verdad que fue así".
-¿Llegó a ofrecer conciertos en público?
-En Caracas canté en las Iglesias Santa Rosalía y Santa Teresa y en Ciudad Bolívar en la Catedral y Teatro Bolívar.
-¿Qué más estudió?
-Estudié francés e italiano a la edad de 12 años con el doctor Miguel Emilio Palacios, lo cual me sirvió de mucho en mis estudios de canto pues mi repertorio de 30 composiciones, la mayoría óperas, como los dramas La Tosca y Madame Butterflay, de Puccini, había que intepretarlas en italiano o francés. Otras como la Ave María y el Tántum ergo, tenía que ser en latín. A los 18 años de edad quise incursionar en la poesía, animada por Tavera Acosta a quien mi padre le mostraba mis escritos.
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