Un guayanés descendiente de uno de los
prominentes corsos llegados a Guayana el siglo diecinueve, era fundamentalmente
empresario como su abuelo don Antonio Liccioni, pero, por contraste, el pintor
Joaquín le descubrió una interesante faceta artística que jalona la continuidad
de la historia del mundo plástico bolivarense.
Roberto Liccioni, llamado también Robertico y Robespierre, era nieto de don Antonio Liccioni, vertiente mayor de
la sangre corsa en suelo orinoquense y presidente desde 1871 de la compañía
aurífera a la cual se le debe la fundación de El Callao como la conversión de
las centurias leyenda doradista en una tangible realidad.
La Compañía Minera de El Callao
llegó a producir hasta 8 toneladas de oro al año y le imprimió gran dinamismo a
la actividad mercantil bolivarense, sostenida hasta entonces por la ganadería y
explotación de subproductos de la selva como el caucho, la sarrapia, el balatá
y las cortezas amargas de árboles medicinales.
Pero Liccioni no vino expresamente
en busca de El Dorado sino como hombre
de hacienda que quería poner en práctica su experiencia acumulada en el fomento
ganadero de Casanare, pero por fortuna se encontró con el filón de El Callao
que le permitió sin tener que dejar la ganadería, incursuinar en el área minera
como no antes ni después lo habían hecho otros sectores ligados a explotación
aurífero.
Liccioni era casado con la
colombiana Natalia Beltrán, con la cual tuvo siete hijos, dos de los cuales
fallecieron a temprana edad. Sobrevivieron Leopoldo, Julio, Margarita y José Roberto
Liccioni, esta Ultimo se casó con Elena Montauban, de cuya unión nacieron
Robertico y María Luisa Liccioni Montauban.
Robertico nació en Caracas el 17 de
julio de 1885 cuando ya la fiebre del
oro comenzaba a declinar para darle paso a la fiebre del balatá la cual también habría de quemar a Antonio
Liccioni, quien en 1892 se metió en el negocio balatero e en las selvas del Nichara y el cual manejaba desde la Casa de las Doce Ventanas en Ciudad
Bolívar.
Robertico se radicó en Ciudad
Bolívar en 1920 atraído no por el oro, sino por la explotación del balatá,
producto extraído del Purguo o Pendare utilizado en el industria del caucho
vulcanizado y en la goma de mascar entre otra gama de usos. Precisamente su
estada en la ciudad del Orinoco se la facilitó la Pendare Gums, compañía americana que explotaba el balatá para las
fábricas de chiclets y con la cual trabajo durante un tiempo, antes de
independizarse como empresario.
Para los años veinte, Ciudad Bolívar
aun acusaba en materia de insumo para su incipiente industria como la
cervecera, la tipográfica y eléctrica, preocupante escasez, consecuencia de la Guerra del 14 en la que se alistaron
con verdadero fervor patriótico al lado de sus banderas de origen, varios
bolivarenses descendientes de europeos. Pero si bien, por el lado de los
insumos padecía su economía, por la parte de las exportaciones le iba muy bien.
Roberto Liccioni, socio de don Virgilio Casalta en algunos negocios, llegó a
exportar no sólo subproductos de la selva también madera aserrada, huevos y
carne de tortuga, industrias en la que también estuvo empeñado Raimundo
Aristiguieta, creador de los famosos sombreros de paja Britania que tanto se vendían en Caracas, Barranquilla, Puerto Rico
y Panamá.
Roberto Liccioni, fallecido en
Caracas en 1965, era casado con Amelia casalta y tuvo dos hijos: Malú Liccioni
de Juncal y Aimee Liccioni de Keeshen. Era dueño de la Cerámica, importante
extensión de terreno al Oeste de la ciudad y a la orilla del Orinoco, llamada
así porque allí funcionó una fábrica de cerámica junto con las otras industrias
a las cuales me he referido.
Fue uno de los accionistas
principales de la C.A. la Electricidad de Ciudad Bolívar y su Presidente desde
1937 hasta su funcionamiento con la Nueva Cervecería. Vivió en los altos del
Cine América de la calle Orinoco, donde durante los días de ocio escribía
poesía y pintaba al igual que lo hace hoy su hija Malú, quien heredó la vena
artística que compensaba su árida condición de hombre de empresa.
Cuando investigamos un poco sobre su
vida para escribir el libro “La Electricidad de Ciudad Bolívar (80 años de
Historia)” por encargo del ingeniero Alberto Manzini P., nos enteramos de su
afición por el arte de la poesía y la pintura. Lo que no supimos hasta ahora
que el pintor Joaquín Latorraca lo ha puesto al descubierto, es que hubiera
dejado una obra importante que lo marca como continuador o enlace de la línea
pictórica angostureña que en 1830 había iniciado Emeterio Emazabel.
Esta obra integrada por 40 lienzos
fue inaugurado el Día del Artista Plástico (10 de mayo) en la Casa de las Doce
Ventanas, por el Dr. Oswaldo del Castillo, Rector de la Universidad de Guayana,
pero la investigación, selección y organización de la exposición, incluso el
Catálogo, la hizo Latorraca que siempre para ese día conmemorativo del
natalicio de Armando Reverón, nos tiene una sorpresa.
En esa exposición el visitante puede
observar temas religiosos, desnudos, flores, personajes, paisajes y retratos
como un auto-retrato suyo que ilústrale reportaje, el de su padre José Roberto,
el de su hija Malú cuando era una quinceañera luciendo una delicada mantilla
española, y el de Roberto, hijo del doctor Fernando Huncal, extinto esposo de
Malú.
Joaquín Latorraca es un pintor
constructivista de la generación de artistas de los años sesenta, que nada
tiene que ver con la pintura representativa o figurativa y, por ello,
seguramente, a muchos extrañará el que se haya interesado en este caso por un
pintor que sigue la clásica tendencia del claro-oscuro con las variantes singulares
que le da la luz del trópico, pero he aquí lo que expresa el autor del
hallazgo:
“Nadie
ha sabido explicarse que tiempo (Roberto Liccioni) le dedicaba a la pintura,
pero el cuantioso volumen de obras realizadas demuestra desde su primera Paisaje
Invernal, sin fecha precisa, que la pintura era su gran pasión. No hablamos,
por supuesto, de un gran artista ni pretendemos engañarnos, pero lo realizado,
su dedicación a lo largo de su vida y todo cuanto hemos indagado, denotan una
época en la que no existían cuanto hemos indagado, denotan una época en la
que no existían testimonios de otro personaje igual o parecido, además del hecho casual de haber sido el
gran motivador y primer maestro de Aimée Battistini, la generosa artista que
cobijó en Paris a pintores venezolanos, con los cuales fundó el llamada grupo
de Los Disidentes, fundamento que cambiaría la historia del arte del país
colocando A Venezuela en el arte mundial contemporáneo”.
Pues bien, ésta es una justificación importante que contrarresta la
crítica que se le pudiera hacer a Latorraca al sacar a flote esta exposición.
Pero lo que seguramente ignora Latorraca y esto va a su favor, es que existía
una especie de eslabón perdido en la línea de continuidad individual de la
pintura bolivarense que va desde Emeterio Emazabel hasta nuestros días cuando
ha dejado de ser tradicional e individualista para trascender en diversidad de
búsquedas y conceptos que enrola a movimientos y grupos importantes como el de
la generación de los años sesenta afincada
en las tendencias de Aimée Battistini, Alejandro Otero y Jesús Soto. De esa
generación destacan pintores como el mismo Joaquín Latorraca, Luis Carlos
Obregón, José Rosario Pérez, José Félix Bello, Trino Pulido, Agustín Palma,
Ramón Morales y más recientemente Norelis Blanco.
Emeterio Emazabel, padre del Dr.
José María Emazabel, quien fue Rector del Colegio Federal de Guayana, figura
como pintor angostureño en los años próximos a 1830 según se desprende de
algunas anotaciones de Alfredo Boulton
en Historia de la Pintura en
Venezuela y del crítico de arte, Rafael Pineda, en la Historia Pintada.
Emazabel figura junto con el artista
Pedro Lovera como contribuyente en la colecta de fondos para erigir la estatua
del Libertador en la Plaza Mayor de Angostura.
Emazabel
participó con el Escudo de Venezuela sobre porcelana en la primera exposición
de arte plásticas realizada en Venezuela (1872), y en Caracas se encuentran
lienzos suyos de tres distinguidos prelados; dos de los cuales vinculados a
Guayana: Ramón Ignacio Méndez, quien fue diputado al Congreso de Angostura y
Francisco Ibarra, primer Obispo de la diócesis de Guayana.
Pedro Llovera, hijo de Juan Lovera,
pintor de los Próceres de la Independencia, vivió en Angostura en los años de
1840 y de él son los lienzos de Simón Bolívar, Juan Germán Roscio, Francisco
Conde, Diego Bautista Urbaneja, Francisco Antonio Zea, Fernando Peñalver, José
Tomas Machado, Manuel Cajigal y Rafael Urdaneta que se hallan en la casa del
Congreso de Angostura.
Siguiendo esa Línea continuó hasta
1905 cuando falleció Miguel Isaías Aristiguieta, quien además de pintor era
excelente fotógrafo. De él son las pinturas de Diego Antonio Alcalá, Diego
Ballenilla, Santiago Mariño, Juan
Bautista Dalla Costa, Wenceslao Monserrate y Ramón Isidro Montes, que se
encuentran en la misma casa del Congreso.
Había un vació en el curso de esa
línea histórica, desde la muerte de este hijo del Orinoco hasta la aparición de
artistas como Aimée Battistini, Carmelo Castillo, Alejandro Otero, Jesús Soto,
Regulo Pérez, Gonzáles Bongen, el Indio Guerra y otros. Pero ya vemos que de
manera furtiva la había continuado Roberto Liccioni, siguiendo los pasos de su
madre Elena Montaubam, quien también era aficionada a la pintura en la Caracas
del Circulo de las Bellas Artes que tanta repercusión tuvo en la historia de la
pintura de Venezuela y de donde descollaron artistas de la esatura de Maule
Cabrá, Luis
Alfredo López Méndez, Rafael Monasterios y Armando Reverón.
Alfredo López Méndez, Rafael Monasterios y Armando Reverón.
Roberto Liccioni, además de pintor,
era poeta y de él es este poema escrito sobre paleta de pintor, poco antes de
morir: Llenase de sombras el remanso y las garzas / como manojos de lirios /
levantan su vuelo / hacia el descanso.
Cómo comunicarse con el escritor de este Blog Américo Fernandez.
ResponderEliminarEra un personaje ,un bohemio tuve la dicha de conocerlo ,fue el tío predilecto de mi papá ,Kiko Battistini,,,
ResponderEliminarAlguien sabe si la Sra. Malú Liccione de Juncal vive aún? Tuve el honor de conocerla en persona en el año 2002 en Ciudad Bolívar durante mi trabajo como arquitecto residente de las obras de construcción del Teatro de Ciudad Bolivar. Estoy interesado en algunas fotografías de la época en que la retratan como la Reina de los Carnavales de Ciudad Bolívar.
ResponderEliminarSi tienen alguna información contactenme por favor al 04247146518 / Arquitecto Walther Durán. Mil gracias por su respuesta.