Diógenes
Troncone Sánchez, fundador de varias instituciones educacionales públicas y
privadas así como del gremio de Periodistas, del Colegio de Profesores y de la
Asociación de Escritores de Venezuela, dejó de existir en la madrugada del
sábado 8 de enero de 2005, a la edad de 75 años, pues había nacido el 12 de
septiembre de 1928.
Una
personalidad muy peculiar evidenció siempre
la manera de ser de este hombre, acaso modelado por el constante
ejercicio de la docencia que se tradujo en su relación con la gente y en sus
escritos periodísticos, libre de eufemismos, directos, sin que por ello
carecieran de la sazón de la sal, atenuada con la meliflua propiedad del
azúcar. Tal vez por ello sus artículos
firmados con nombre propio se distinguían con el pre-título “Sal y
Azúcar” y no como en sus primeros tiempos “Rompiendo la Zaranda”, que solía
firmar con un seudónimo; no para ocultarse, sino en homenaje a la familia que
lo había criado y formado como verdadero hijo, aunque los Maury venidos de Valencia, eran blancos y él tenía la piel algo
quemada, buscando a su madre María Magdalena Sánchez, una culisa atractiva. De
suerte que “El Negro Maury”, no era tan seudónimo porque toda la ciudad sabía
de antemano de quién se trataba.
Pero quién en la Ciudad
Bolívar de los años treinta y cuarenta iba a creer que él no era miembro de la
prolífica familia Maury, si lo único que le faltó fue nacer ahí en esa casa de
Santa Lucía o de la calle Amazonas y no abordo de una goleta como en efecto
ocurrió el 12 de septiembre de 1928. Los Maury lo criaron y formaron desde la edad de tres meses cuando su madre,
maestra de La Urbana, falleció enervada por la tisis, mientras a su padre no
llegó a verlo sino en dos oportunidades.
Quién iba a dudar, que estaba marcado con la impronta de los Maury; sin
embargo, no era así y el día que cumplió quince años, debido a esa
circunstancia, se sintió envuelto en terrible dilema. Cuando lo recordaba se le
quebraba la voz.
En la hora del almuerzo cuando llegaba a su
casa al salir del colegio “La Milagrosa”, toda la familia se hallaba reunida en
la mesa y para mayor e inquietante sorpresa su puesto de siempre a la izquierda
de José María Maury, estaba ocupado.
-No te sorprendas, sabes
qué fecha es hoy?
-No.
-Pues hoy cumples quince
años y es bueno que decidas si aceptas la adopción legal o si deseas continuar
usando el apellido de tu padre.
Diógenes prendió su
linterna y encontró a aquél marino
perdido en uno de los innumerables meandros del río. Prefería entonces
continuar siendo con apelativo legítimo, fruto de la rama del tronco genovés de
los Troncone, extendida del Mar Mediterráneo al lago de Maracaibo. De allí vino
su padre de genio un tanto atravesado capitaneando una goleta que hizo anclar
para siempre en el Orinoco. La última vez que lo vio tenía doce años y luego
se perdió en la bruma del río, pero él
quedaba bien protegido y siempre inclinado a seguir los pasos de la madre. Así
lo encontramos en la “Miguel Antonio Caro” de Caracas donde se hizo maestro
normalista, yendo obstinadamente contra la corriente de quienes confundían
intereses facciosos con los intereses del Estado. Recién graduado realizó un
curso de folclorología en la Universidad Central de Venezuela y con ese bagaje
y junto con otros compañeros egresados se vino para Ciudad Bolívar a trabajar
en el recién inaugurado Grupo Escolar Mérida, entonces dirigido por el profesor
Alfonso Paraguán.
La Seguridad Nacional
Se inició como maestro en
octubre del 49 y allí en el Grupo permaneció hasta diciembre del 55 cuando la
Seguridad Nacional le pidió abandonar la ciudad por haber escrito contra la
Dirección de Educación del Estado. Claro, Diógenes, además de docente ejercía el
periodismo como corresponsal del diario La Calle y redactor del Semanario “El
Tiempo”, que dirigía monseñor Dámaso Cardozo.
Gomecito, el jefe de la
Segurnal, no lo perdonó, era pluma muy ácida y Troncone tomó el autobús de la
ABC y se instaló de nuevo en Caracas, coincidencialmente en la posada de una
guayanesa que conoció vendiendo empanadas en el puerto de las chalanas. Qué
podía hacer la AVP que en septiembre de
1951 había fundado junto con Eliécer Sánchez Gamboa, su primer presidente? Nada
podía hacer en defensa ni tampoco el gremio magisterial porque no había
libertad de expresión ni de reunión ni de nada, casi todos los derechos
ciudadanos estaban conculcados. En Caracas
no sólo trabajó como docente y periodista, sino que estudió y se graduó de bachiller
en filosofía y letras en el liceo Alcázar y realizó cursos de corresponsal en
el Instituto Santos Michelena y de Relaciones Públicas en la Universidad
Central. La expulsión fue relativamente corta. Apenas tres años al cabo de los
cuales cayó el dictador y Troncone, luego de estudiar, y trabajar como docente en
el Grupo Escolar “El Libertador” de Chacao, en la Escuela “Martínez Centeno” de
Miranda, como subdirector en el Instituto de Comercio “Simón Rodríguez” de
Puerto Cabello y redactor de los diarios “La verdad” y “El mundo”, retornó a
Ciudad Bolívar como subdirector del instituto de Comercio Dalla Costa y docente
del Centro de Profesionalización. Tan Sólo por un año, tiempo suficiente para
recrearse en los rostros deprimidos de quienes lo sacaron de su tierra por una
simple nota de prensa y para encontrar novia y casarse. Contrajo matrimonio con
Rosario Goudet, una upatense alumna en el liceo Sucre, que también se realizó
como docente como él y tuvo además puros varones, hoy todos profesionales.
Margarita le vino de perla
En 1969, Margarita le
vino de perla para su luna de miel, pues el Ministerio de Educación le pidió
fundar y dirigir el Instituto de Comercio Juan Bautista Arismendi de la
Asunción. Allí mi maestra de cuarto grado Nuncia Villarroel le sirvió de
secretaria. Al cabo de cuatro años está de nuevo en Caracas como profesor
técnico comercial en el Instituto de Comercio de El Valle, en el Santos
Michelena, en el Simón Bolívar de Caracas y como redactor del vespertino “El Mundo”.
Su estada en una capital como Caracas tan llena de posibilidades para el
estudio la aprovechó intensamente cada vez y en esta ocasión logró estudiar y
graduarse como profesor de Historia y Geografía Simultáneamente estudiaba
también Derecho, pero no lo concluyó por ciertas presiones con relación al
futuro ejercicio de la abogacía y también porque el Ministerio le pidió
volviera a Ciudad Bolívar para dirigir el Instituto de Comercio Dalla Costa.
Eso ocurrió en 1970, entonces le dio por fundar colegios, buscando, estabilizarse.
Así fundó el Liceo Sucre en Ciudad Bolívar, el Liceo Ana Emilia Delon en
Maturín, el Instituto Gonzalo Méndez en Puerto Ordaz, la Unidad Educativa El
Colegión y por último el colegio Pensamiento Bolivariano. Ese año cuando llegó
a Ciudad Bolívar para quedarse de una vez, concursó y ganó el segundo premio
del certamen promovido por el Ministerio de Fomento con motivo del XI Censo de
Población. Ya antes en 1962, con motivo del Bicentenario de Ciudad Bolívar
había ganado el tercer premio de un concurso promovido por la Logia Asilo de la
Paz Nº.13. El primer premio en esa ocasión lo ganó Manuel Alfredo Rodríguez. Troncone tiene
varios libros inéditos entre ellos, El Correo del Orinoco, La nueva Educación
en Europa, La Opinión Pública, Perfil de Liderazgo, La Comunicación Insonora y
la Pedagogía de J. F. Reyes Baena, los cuales respaldan su condición de miembro
de la Asociación de Escritores de Venezuela, Seccional Ciudad Bolívar. La AEV
le publicó un opúsculo sobre “Canaima”, la novela de Rómulo Gallegos. No
obstante haberse especializado en Historia y Geografía nunca dictó en aula esta
materia, en cambio ejerció como profesor de Filosofía y Psicología, porque tuvo
muy buenos profesores como Ignacio Burn.
En diálogo en vida me
dijo no ceer en la resurrección no obstante ser socialcristiano. “El que muere
ya cumplió su hazaña vital, me dijo. No hay segunda vida. De esa ilusión yo no
vivo, soy escéptico en tal sentido como bien lo soy al no creer en esoterismo,
brujería, espiritismo y prácticas por el estilo. Soy realista sin llegar a ser
materialista, por esa razón no quise seguir la carrera de abogado. Habría
tenido que renunciar a las cosas que espiritualmente me llenan.
Calderista hasta los tuétanos
Ciertamente, Diógenes Aristóbulo
Troncone Sánchez, perteneció desde su tiempo de estudiante al partido
socialcristiano COPEI y se marginó cuando Caldera decidió montar tienda aparte
para aspirar por segunda vez a la Presidencia de la República. Su ídolo era
Caldera y en él creía a pie juntillas y defendía a capa y espada su gestión. Si Caldera no hubiera sido
presidente de la República, Venezuela habría sido un caos. Caldera se estrenó
con un severo crack bancario que pocas veces se ha visto en el mundo. Le
prepararon un golpe económico que fue difícil de contrarrestar en todas sus
consecuencias. La gran empresa es la que gobierna. Recordaba que a Pérez Jiménez no lo tumbó la Charneca sino
los bancos y el poder económico.
Creía que la educación en
este país es francamente un caos. Existe una desmoralización y carencia de
ética profesional increíble. No tenemos profesores y maestros sino dadores de
clases, en su mayoría. Y sobre las nuevas promociones de periodistas decía que no
prometen mucho, se están quedando en lo rutinario y dependiendo de los
boletines institucionales de prensa, de allí que algunos periódicos salgan tan
uniformados. La noticia hay que profundizarla y la metodología del periodismo
interpretativo es una buena vía. Otro de nuestros males es el palangre, del
cual tiene marcada responsabilidad el Colegio que tanto ha legislado sobre el
particular, pero que hasta ahora ha sido incapaz de aplicar estrictamente el
Código de Ética. Lo mismo se puede decir de la piratería. Tenemos directivas
que sólo responden a los intereses facciosos, de allí que el colegio ande tan
mal como el gremio magisterial. Troncone era un crítico por naturaleza y nunca
dejó de escribir diciendo sin ambages lo que sentía y lo que pensaba, ni
siquiera a su edad septuagenaria se aplacaba. Decía que sentarse a escribir costaba,
pero una vez que se sentaba ante la máquina, todo -como dice Adriano González
León, todo le era fácil, las ideas venían en torrente, pero lo importante era
sentarse y ponerle un poco de sal a la vida.
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