domingo, 27 de marzo de 2022

MIMINA RODRÍGUEZ LEZAMA

Poeta de gran riqueza metafórica, Presidenta de la Casa de la Cultura, Hija Ilustre de Upata y Socia Correspondiente de la Academia de la Lengua, se desprende del mundo terrenal, pero permanecerá viva  en el mundo de la palabra.

                                               --        Nació la poeta en tiempos del mandatario regional Vicencio Pérez Soto.  Fue este General, quien trajo del Tocuyo a quien sería su padre.  El tocuyano Felipe Rodríguez era militar retirado, acaso muy maduro para su madre que era quinceañera y estaba enamorada de Manuel, un hijo del entonces ex Presidente del Estado Bolívar, general Marcelino Torres García.

         La presencia del militar retirado, en postura de encantamiento ante la Flor de la selva del Yocoima, facilitó la disolución del noviazgo al cual se oponía el abuelo Julio Lezama y toda su estirpe, ensañado contra Marcelino Torres García  por la forma como fue eliminado en Tumeremo (22 de julio de 1920) el general revolucionario antigomecista, Pedro José Fernández Amparan.

         Pero Felipe Rodríguez falleció cuando Guillermina Rodríguez Lezama (Mimina) tenía apenas seis meses de nacida.  Entonces su madre Flor Lezama volvió por sus fueros con su antiguo pretendiente sin importarle mucho el odio de aquellas dos familias.

         Felipe Rodríguez le había dejado de herencia a su hija el hato Las Peñas, cerca de Upata y allí fue a tener la familia.  Mimina comenzó a ser niña bajo el alero rojo de una casa blanca, en un ambiente de muchos riachuelos y morichales, racimos de frutas, inmenso patio siempre lleno de rosas, trojas con hortalizas y la empalizada cubierta de cundeamores.

         Tenía siete años cuando sus ojos verdes se encontraron de nuevo con Upata.  Seguía siendo la ciudad del Yocoima, centro de los Carreros del Yuruari y de las mujeres bonitas, posada de forasteros y de familias cultas que se reunían por las noches para tocar pianola y recitar poemas de Vargas Vila, Juan de Dios Peza y José Asunción Silva.

         Pero la Upata de Concepción de Talyhardat, de Anita Acevedo Castro, de José Ramón del Valle Laveaux, de Teodoro Cova Fernández, de Oxford López y del doctor Obdulio Álvarez, debió quedar atrás un día impreciso en la memoria de Minina Rodríguez Lezama en que se vio de crinejas buscando entre los muros de piedra y barro el eco del arcabuz que hizo trizas el brazo izquierdo del prócer Tomás de Heres.  Pero no pudo lograrlo, se imponía desde fuera el ruido congelado de los fusileros que hizo imposible la existencia del héroe de Chirica.

         Su vida de niña andaba de sorpresa en sorpresa, sin lugar donde detenerse y ahora, lejos aún de la pubertad, se encontraba en Amor Patrio entre Dalla Costa y Libertad, tratando de alcanzar el gran río que se escondía detrás de los mogotes y el bullicio del Mercado Principal.  Entonces fue cuando apareció con su voz cantarina la maestra Anita Ramírez y le mostró que no podía ser un secreto la extensión del río.  Anita que no se despegaba de su Alondra, la enseñó a encontrarlo y le puso en sus manos “Pajaritas de Papel” en cuyas alas volaría después a Caracas cuando ya despuntaba su adolescencia.  Y allá en la ciudad de los techos rojos pudo conocer a Castor Fulgencio López, el autor de “Pajaritas de Papel”, quien le aguardaba para morir en plena reunión de la Asociación de Escritores, sujeto a sus manos que ya habían escrito poesía sobre el tronco desnudo de los árboles.

         Ella era la única hija del muerto porque Julio y Nora eran hijos del padrastro que un mal día no quiso vivir más con su madre, por lo que la vida comenzó a serle dura como la propia costura que debía coser aquella y asentar ella con la plancha mientras su pariente Teresa trataba de memorizar poemas que parecían desplazados por los que le traía a Mimina la escritora Graciela Rincón Calcaño.

         Fue Graciela la que le presentó al Teniente una noche avileña en la que todos pretendían ocultarse tras una mueca.  Fue cuando recordó que también Reverón conoció a Juanita en un carnaval guaireño y terminó hundido hasta la cintura en el mar de Colón.  Con el teniente Jorge Rincón Calcaño no iba a ocurrir lo mismo porque él era un hombre de infantería, de manera que con él se casó y virtualmente con él encontró su seguridad.  El militar tenía las botas bien puestas con Medina Angarita, aunque después fue de los del 18 de octubre, pero al lado del entonces Mayor Marcos Pérez Jiménez.

         Un día  Pérez Jiménez le dijo a Jorge, su marido, estando en Barquisimeto:  “en tus manos  confío las llaves de occidente”.

         Mimina lo recordaba siempre y me confesó que nunca entonces estuvo mejor cuidado el cerrojo de la puerta. Era un poder innegable que le permitió dejarse llevar resuelta como el vals en el salón del Club Militar, por las manos del gran jefe de Venezuela.

         Disfrutó plenamente del crepúsculo y los ritos culturales larenses.  Al fin y al cabo su padre Felipe Rodríguez era tocuyano igual que Vicencio Pérez  Soto, quien de algún modo resultaba responsable de la existencia de ella, de Mimina o Guillermina, como también se llamó su abuela oriunda de Barinas, hermana de Pedro Pablo Gonzalo Matos, casado en Upata con Chana, hermana del General Juan Fernández Amparan, quien le sacó la pata del barro a Juan Vicente Gómez en Ciudad Bolívar, escenario de la última Batalla de la Guerra Libertadora.

Mimina aprendió desde su infancia a enhebrar aquellos nombres de su prosapia tratando que alguna vez le sirvieran para algo. Eso jamás lo supo, pero se enorgullecía de ellos, tanto que aspiraba al final la enterraran en la misma tumba de don Julio Lerzama, aquél insigne abuelo que nunca soportó al general que derrotó a Angelito Lanza en las Chicharras.

         La Ciudad de bellos atardeceres, capital musical de Venezuela, significó mucho para Mimina. Allí se metió de lleno con los grupos intelectuales y artísticos, conducida de la mano por aquella gran mujer de Venezuela,  Casta J. Riera, y, aconsejada de cerca por Germán Garmendia y Felipe Riera Vial, ocupó los más altos cargos en el mundo de las letras y el arte barquisimetano.

         Pero el matrimonio con Jorge no duró lo que debía durar y se quedó en Rafael, Lucero, Alejandra, Raquel y Grasielita,  así con S como a ella le gustaba. Grasielita, “ángel de gracia en cielo transparente”.

         Comenzó a viajar y a vivir tiempo prolongado en Madrid y Santiago de Chile favorecida por el Jefe del Estado Mayor del Ejército, General Rómulo Fernández, quien escribía poesía y de quien guardaba copia de la carta que él personalmente entregó a Pérez Jiménez pidiéndole se deshiciera de Pedro Estrada y Laureano Vallenilla Lanz. Pedimento que sólo pudo cumplir cuando ya su gobierno agonizaba en el umbral del 23 de Enero.

         El 23 de Enero de 1958 abrió un nuevo capítulo en la vida de Mimina Rodríguez Lezama pues sus amigos artistas e intelectuales, buena parte militante de la izquierda, entre ellos, Armando Gil Linares, quien tocaba guitarra y estudiaba bibliotecología en la Universidad Central, la hicieron ficha de las guerrillas. Su trabajo, desde algún punto del litoral, consistía en sacar durante una hora todas las noches, la clandestina emisora identificada y nunca localizada “Voz de las FAL”.

         “Desde un lugar de la Venezuela en armas, habla para ustedes La Voz de las FAL” y Mimina a través de las ondas hertzianas lanzaba los partes de guerra, mensajes revolucionarios y en el espacio “Arte Combatiente” poesías como ésta de la propia Mimina:

“La noche no se atreve a descubrir sus cráteres/ la noche arrastra al vértigo/ la espesa soledad de las estatuas/ pudo caer de pronto/ morir o preguntar/ ¿Quién eres?/ todo regresa de la golpeada orilla/ la noche decapita mariposas y oigo tu voz poblando la montaña”.

¿Quién iba a creer que la esposa de un oficial del ejército era la voz de las Fuerzas Armadas  de Liberación?

         Mimina estaba por disciplina bajo jurisdicción del “Destacamento 4 de Mayo” comandado por Alfonso Maneiro. De segundo comandante figuraba Armando Gil Linares, quien es su esposo desde que el extinto poeta Argenis Daza Guevara, prevalido de un Juez amigo, los casó en un lejano pueblito de Barlovento, sin estar ambos presentes.

         Desintegrada las guerrillas de los años sesenta, Armando buscó refugio en Margarita de donde era Mojito (Teodoro García), Toribio (García) y Aquiles Cedeño, muertos en la montaña. De Aquiles conservo “La Madre” de Máximo Gorki” y de Toribio las vivencias del sexto grado juntos en el grupo Escolar Estado Zulia de Porlamar.

         Mimina, por su parte, trató de cerrar su ciclo en Upata, pero, irresistible a la tentación del río que ahora no podía ocultarse detrás de los mogotes del Mercado, se quedó en Ciudad Bolívar donde se realizó como promotora  cultural.

          La gran obra de Mimina son sus libros y la Casa de la Cultura “Carlos Raúl Villanueva” que acunó al Museo de Arte Moderno Jesús Soto y a toda una generación de bolivarenses destacados hoy en el mundo del arte.

         La Casa de la Cultura es hija de esta upatense y por eso la presidió desde entonces. Desde que fue inaugurada un día en que el río llegaba al tope de sus aguas. La inauguró también un upatense, el Ministro de Educación  J. M. Siso Martínez, el 24 de  agosto de 1967. Desde aquél momento la dirigía con mano de poeta de gran claridad y calidad metafórica y no fue óbice cuando debió ejercer la Dirección de Extensión Cultural del Núcleo Bolívar y de la UDO así como la dirección de cultura de la Municipalidad, y la dirección por dos años del Museo Soto, mientras Armando Gil Linares andaba por Paris haciendo curso de museología.

         En ese movimiento cultural organizado que al comienzo tenía como sede un inmueble propiedad de Ana Luisa Contasti, contiguo a la Biblioteca, luego sustituido por la casa actual que fue del prócer Juan Germán Roscio, tomaron impulso casi todas las obras literarias de Mimina Rodríguez Lezama, incluyendo el Cunaguaro Melancólico y a excepción de  ”Brumas en el Alma” y  “Desde mi sitio exacto”, cuyos originales se extraviaron en una operación de allanamiento policial.  Al calor  de esa Casa de Cultura se prohijaron “Tu el Habitante” que la negligencia de impresora no dejó circular; “13 Climas de Amor”, “La Palabra sin rostro”, “Héroes y Espantapájaros” que tuve el privilegio de prologar, “Este vino salobre” y “El feudo flor de avispa de los Quiriminduñes” que publicó la casa de la Cultura de Upata y que recoge los libretos de títeres que escribió para el Juan Tinajas, retablo donde se formaron Teresa Coraspe, Isaura Vicuña, Genaro Vargas, Victor Ortiz, su hija Raquel  y Nancy García.

         Sostuvo por largos años hasta la hora de su muerte las páginas literarias del Correo del Caroní y El Expreso. Vinieron otras publicaciones como El Cunaguaro Melancólico, porque Mimina nunca se rindió, no obstante los males que últimamente la asediaban, y la tarea que debía cumplir ya como socia correspondiente de la Academia Nacional de la Lengua y como presidenta de la Casa de la Cultura, bajo cuyos auspicios trabajaban el Grupo Armonía, de Mariita Ramírez; el Grupo de Cerámica, dirigido por Mercedes Monasterios, el Grupo de Literatura Oral, de Reinaldo González y los Grupos de Teatro La Comedia, Telón y Teloncito dirigidos por Francisco Araya.  Las dos salas de exposición de la Casa igualmente están activas bajo la coordinación directa de la Dirección de Cultura.


         Hasta aquí el testimonio de su paso por la vida de esta escritora amiga que revolucionó la cultura de Ciudad Bolívar desde los años del setenta. Hasta aquí como ella dice en su poema “El País de las Gaviotas”, el emigrar de pájaros color de vino. Hasta aquí el exilio de esta mujer en la heredad de los molinos y en el salitre de los sellos. Hasta aquí la historia del camino y de su sombra crecida en la estación de la ternura.

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