MIMINA RODRÍGUEZ LEZAMA
Poeta de gran
riqueza metafórica, Presidenta de la Casa de la Cultura, Hija Ilustre de Upata
y Socia Correspondiente de la Academia de la Lengua, se desprende del mundo
terrenal, pero permanecerá viva en el
mundo de la palabra.
-- Nació
la poeta en tiempos del mandatario regional Vicencio Pérez Soto. Fue este General, quien trajo del Tocuyo a
quien sería su padre. El tocuyano Felipe
Rodríguez era militar retirado, acaso muy maduro para su madre que era
quinceañera y estaba enamorada de Manuel, un hijo del entonces ex Presidente
del Estado Bolívar, general Marcelino Torres García.
La
presencia del militar retirado, en postura de encantamiento ante la Flor de la
selva del Yocoima, facilitó la disolución del noviazgo al cual se oponía el
abuelo Julio Lezama y toda su estirpe, ensañado contra Marcelino Torres
García por la forma como fue eliminado
en Tumeremo (22 de julio de 1920) el general revolucionario antigomecista,
Pedro José Fernández Amparan.
Pero
Felipe Rodríguez falleció cuando Guillermina Rodríguez Lezama (Mimina) tenía
apenas seis meses de nacida. Entonces su
madre Flor Lezama volvió por sus fueros con su antiguo pretendiente sin
importarle mucho el odio de aquellas dos familias.
Felipe
Rodríguez le había dejado de herencia a su hija el hato Las Peñas, cerca de
Upata y allí fue a tener la familia.
Mimina comenzó a ser niña bajo el alero rojo de una casa blanca, en un
ambiente de muchos riachuelos y morichales, racimos de frutas, inmenso patio
siempre lleno de rosas, trojas con hortalizas y la empalizada cubierta de
cundeamores.
Tenía
siete años cuando sus ojos verdes se encontraron de nuevo con Upata. Seguía siendo la ciudad del Yocoima, centro
de los Carreros del Yuruari y de las mujeres bonitas, posada de forasteros y de
familias cultas que se reunían por las noches para tocar pianola y recitar
poemas de Vargas Vila, Juan de Dios Peza y José Asunción Silva.
Pero
la Upata de Concepción de Talyhardat, de Anita Acevedo Castro, de José Ramón
del Valle Laveaux, de Teodoro Cova Fernández, de Oxford López y del doctor
Obdulio Álvarez, debió quedar atrás un día impreciso en la memoria de Minina
Rodríguez Lezama en que se vio de crinejas buscando entre los muros de piedra y
barro el eco del arcabuz que hizo trizas el brazo izquierdo del prócer Tomás de
Heres. Pero no pudo lograrlo, se imponía
desde fuera el ruido congelado de los fusileros que hizo imposible la
existencia del héroe de Chirica.
Su
vida de niña andaba de sorpresa en sorpresa, sin lugar donde detenerse y ahora,
lejos aún de la pubertad, se encontraba en Amor Patrio entre Dalla Costa y
Libertad, tratando de alcanzar el gran río que se escondía detrás de los
mogotes y el bullicio del Mercado Principal.
Entonces fue cuando apareció con su voz cantarina la maestra Anita
Ramírez y le mostró que no podía ser un secreto la extensión del río. Anita que no se despegaba de su Alondra, la
enseñó a encontrarlo y le puso en sus manos “Pajaritas de Papel” en cuyas alas
volaría después a Caracas cuando ya despuntaba su adolescencia. Y allá en la ciudad de los techos rojos pudo
conocer a Castor Fulgencio López, el autor de “Pajaritas de Papel”, quien le
aguardaba para morir en plena reunión de la Asociación de Escritores, sujeto a
sus manos que ya habían escrito poesía sobre el tronco desnudo de los árboles.
Ella
era la única hija del muerto porque Julio y Nora eran hijos del padrastro que
un mal día no quiso vivir más con su madre, por lo que la vida comenzó a serle
dura como la propia costura que debía coser aquella y asentar ella con la
plancha mientras su pariente Teresa trataba de memorizar poemas que parecían
desplazados por los que le traía a Mimina la escritora Graciela Rincón Calcaño.
Fue
Graciela la que le presentó al Teniente una noche avileña en la que todos
pretendían ocultarse tras una mueca. Fue
cuando recordó que también Reverón conoció a Juanita en un carnaval guaireño y
terminó hundido hasta la cintura en el mar de Colón. Con el teniente Jorge Rincón Calcaño no iba a
ocurrir lo mismo porque él era un hombre de infantería, de manera que con él se
casó y virtualmente con él encontró su seguridad. El militar tenía las botas bien puestas con
Medina Angarita, aunque después fue de los del 18 de octubre, pero al lado del
entonces Mayor Marcos Pérez Jiménez.
Un
día Pérez Jiménez le dijo a Jorge, su
marido, estando en Barquisimeto: “en tus
manos confío las llaves de occidente”.
Mimina
lo recordaba siempre y me confesó que nunca entonces estuvo mejor cuidado el
cerrojo de la puerta. Era un poder innegable que le permitió dejarse llevar
resuelta como el vals en el salón del Club Militar, por las manos del gran jefe
de Venezuela.
Disfrutó
plenamente del crepúsculo y los ritos culturales larenses. Al fin y al cabo su padre Felipe Rodríguez
era tocuyano igual que Vicencio Pérez
Soto, quien de algún modo resultaba responsable de la existencia de
ella, de Mimina o Guillermina, como también se llamó su abuela oriunda de
Barinas, hermana de Pedro Pablo Gonzalo Matos, casado en Upata con Chana,
hermana del General Juan Fernández Amparan, quien le sacó la pata del barro a
Juan Vicente Gómez en Ciudad Bolívar, escenario de la última Batalla de la
Guerra Libertadora.
Mimina aprendió desde su infancia a enhebrar
aquellos nombres de su prosapia tratando que alguna vez le sirvieran para algo.
Eso jamás lo supo, pero se enorgullecía de ellos, tanto que aspiraba al final
la enterraran en la misma tumba de don Julio Lerzama, aquél insigne abuelo que
nunca soportó al general que derrotó a Angelito Lanza en las Chicharras.
La
Ciudad de bellos atardeceres, capital musical de Venezuela, significó mucho
para Mimina. Allí se metió de lleno con los grupos intelectuales y artísticos,
conducida de la mano por aquella gran mujer de Venezuela, Casta J. Riera, y, aconsejada de cerca por
Germán Garmendia y Felipe Riera Vial, ocupó los más altos cargos en el mundo de
las letras y el arte barquisimetano.
Pero
el matrimonio con Jorge no duró lo que debía durar y se quedó en Rafael,
Lucero, Alejandra, Raquel y Grasielita,
así con S como a ella le gustaba. Grasielita, “ángel de gracia en cielo
transparente”.
Comenzó
a viajar y a vivir tiempo prolongado en Madrid y Santiago de Chile favorecida
por el Jefe del Estado Mayor del Ejército, General Rómulo Fernández, quien
escribía poesía y de quien guardaba copia de la carta que él personalmente
entregó a Pérez Jiménez pidiéndole se deshiciera de Pedro Estrada y Laureano
Vallenilla Lanz. Pedimento que sólo pudo cumplir cuando ya su gobierno
agonizaba en el umbral del 23 de Enero.
El
23 de Enero de 1958 abrió un nuevo capítulo en la vida de Mimina Rodríguez
Lezama pues sus amigos artistas e intelectuales, buena parte militante de la
izquierda, entre ellos, Armando Gil Linares, quien tocaba guitarra y estudiaba
bibliotecología en la Universidad Central, la hicieron ficha de las guerrillas.
Su trabajo, desde algún punto del litoral, consistía en sacar durante una hora
todas las noches, la clandestina emisora identificada y nunca localizada “Voz
de las FAL”.
“Desde
un lugar de la Venezuela en armas, habla para ustedes La Voz de las FAL” y
Mimina a través de las ondas hertzianas lanzaba los partes de guerra, mensajes
revolucionarios y en el espacio “Arte Combatiente” poesías como ésta de la
propia Mimina:
“La noche no se atreve a descubrir sus cráteres/
la noche arrastra al vértigo/ la espesa soledad de las estatuas/ pudo caer de
pronto/ morir o preguntar/ ¿Quién eres?/ todo regresa de la golpeada orilla/ la
noche decapita mariposas y oigo tu voz poblando la montaña”.
¿Quién iba a creer que la esposa de un oficial
del ejército era la voz de las Fuerzas Armadas
de Liberación?
Mimina
estaba por disciplina bajo jurisdicción del “Destacamento 4 de Mayo” comandado
por Alfonso Maneiro. De segundo comandante figuraba Armando Gil Linares, quien
es su esposo desde que el extinto poeta Argenis Daza Guevara, prevalido de un
Juez amigo, los casó en un lejano pueblito de Barlovento, sin estar ambos
presentes.
Desintegrada
las guerrillas de los años sesenta, Armando buscó refugio en Margarita de donde
era Mojito (Teodoro García), Toribio (García) y Aquiles Cedeño, muertos en la
montaña. De Aquiles conservo “La
Madre” de Máximo Gorki” y de Toribio las vivencias del sexto
grado juntos en el grupo Escolar Estado Zulia de Porlamar.
Mimina,
por su parte, trató de cerrar su ciclo en Upata, pero, irresistible a la
tentación del río que ahora no podía ocultarse detrás de los mogotes del
Mercado, se quedó en Ciudad Bolívar donde se realizó como promotora cultural.
La gran obra de Mimina son sus libros y la
Casa de la Cultura “Carlos Raúl Villanueva” que acunó al Museo de Arte Moderno
Jesús Soto y a toda una generación de bolivarenses destacados hoy en el mundo
del arte.
La
Casa de la Cultura es hija de esta upatense y por eso la presidió desde
entonces. Desde que fue inaugurada un día en que el río llegaba al tope de sus
aguas. La inauguró también un upatense, el Ministro de Educación J. M. Siso Martínez, el 24 de agosto de 1967. Desde aquél momento la
dirigía con mano de poeta de gran claridad y calidad metafórica y no fue óbice
cuando debió ejercer la Dirección de Extensión Cultural del Núcleo Bolívar y de
la UDO así como la dirección de cultura de la Municipalidad, y la dirección por
dos años del Museo Soto, mientras Armando Gil Linares andaba por Paris haciendo
curso de museología.
En
ese movimiento cultural organizado que al comienzo tenía como sede un inmueble
propiedad de Ana Luisa Contasti, contiguo a la Biblioteca, luego
sustituido por la casa actual que fue del prócer Juan Germán Roscio, tomaron
impulso casi todas las obras literarias de Mimina Rodríguez Lezama, incluyendo
el Cunaguaro Melancólico y a excepción de ”Brumas en el Alma” y “Desde mi sitio exacto”, cuyos originales se
extraviaron en una operación de allanamiento policial. Al calor
de esa Casa de Cultura se prohijaron “Tu el Habitante” que la
negligencia de impresora no dejó circular; “13 Climas de Amor”, “La Palabra sin rostro”,
“Héroes y Espantapájaros” que tuve el privilegio de prologar, “Este vino salobre”
y “El feudo flor de avispa de los Quiriminduñes” que publicó la casa de la Cultura de Upata y que
recoge los libretos de títeres que escribió para el Juan Tinajas, retablo donde
se formaron Teresa Coraspe, Isaura Vicuña, Genaro Vargas, Victor Ortiz, su hija
Raquel y Nancy García.
Sostuvo
por largos años hasta la hora de su muerte las páginas literarias del Correo
del Caroní y El Expreso. Vinieron otras publicaciones como El Cunaguaro
Melancólico, porque Mimina nunca se rindió, no obstante los males que
últimamente la asediaban, y la tarea que debía cumplir ya como socia
correspondiente de la Academia Nacional de la Lengua y como presidenta de la Casa
de la Cultura, bajo cuyos auspicios trabajaban el Grupo Armonía, de Mariita
Ramírez; el Grupo de Cerámica, dirigido por Mercedes Monasterios, el Grupo de
Literatura Oral, de Reinaldo González y los Grupos de Teatro La Comedia, Telón
y Teloncito dirigidos por Francisco Araya.
Las dos salas de exposición de la Casa igualmente están activas bajo la
coordinación directa de la Dirección de Cultura.
Hasta
aquí el testimonio de su paso por la vida de esta escritora amiga que
revolucionó la cultura de Ciudad Bolívar desde los años del setenta. Hasta aquí
como ella dice en su poema “El País de las Gaviotas”, el emigrar de pájaros
color de vino. Hasta aquí el exilio de esta mujer en la heredad de los molinos
y en el salitre de los sellos. Hasta aquí la historia del camino y de su sombra
crecida en la estación de la ternura.
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