Régulo Pérez, nunca al parecer, ha querido celebrar su
cumpleaños el 19 de diciembre, sino el 30 de marzo, día de San Régulo. Me
imagino que el pintor se opone a esa costumbre tan socialmente arraigada, preguntándose
por qué celebrar un año más de viejo, si la vejez denota proximidad a la muerte
y nadie en este mundo, aparte de los suicidas, desea morir.
El 1929 cuando nació,
toda Caicara (toda,
porque Caicara era una aldea), creía que había nacido muerto porque, contraviniendo
la regla biológica, no lloró, a pesar de que ese día había un gran jolgorio del
pueblo celebrando con fuegos artificiales el aniversario del ascenso al Poder de
Juan Vicente Gómez.
Vino a llorar al tercer día porque unas
hormigas negras (según constató la
Cieguita que lo partió) estaban degustando su cuerpo, el
cuerpo de quien seria llevado al bautisterio de Nuestra Señora de la Luz con el nombre de Régulo en
memoria del General Regulo Olivares, revolucionario antigomecista admirado por
su padre, quien potencialmente lo era también y seguramente alimentaba la
esperanza de que su hijo cuando grande lo fuese igualmente, pero su hijo que había
resultado tan exquisito para las hormigas, prefirió la pintura artística. De
haberlo adivinado quizás lo había llamado Leo, quien manifestaba su
antigomecismo pintando geniales caricaturas. De todas maneras su pintura ha
estado asociada a la ideología propugnadora de una sociedad más justa.
Regulo le hizo pintor porque su padre en ese
sentido fue complaciente, posiblemente viendo la inclinación del niño, esmerado
en pintar los cartones de la Lotería
de Animalitos con la cual la gente de su pueblo se distraía a la vez que ligaba
la suerte; esmerado asimismo en pintar las figuras del cine silente (El anillo
de los Nibelungos, La muerte de Sigfrido, la Venganza de Krimilda) en
las cuales parecían reencarnar personajes pintorescos de Caicara como el
popular Crispin Pulido, el electricistas Marcial Infante, el flaco Sixto
Pedriquez, el tuerto Agilio Cardier y sucesos insólitos como el de la burra
incendiada que, por instinto, buscaba desesperada el agua del Orinoco.
Régulo creció
entre el río y los llanos de Caicara, pintando ludicos animalitos, personajes
de la picardía pueblerina, jugando el
escondite de tras de la Piedra
del Sol y de la Luna
y viendo al loco Joaquín marchar con una campana anunciando la película del día
que por lo general era ella parte del ciclo legendario de Fritz Lanz, hasta que
un día de agosto se desbordó el Orinoco, inundo la sala del Cine Cedeño y el
celuloide quedo sepultado en las entrañas del Fafnir de la crecida.
El padre de Régulo
vivía y tenia negocio en una de las cuatro esquinas donde se cruzaban las dos
calles principales de Caicara. En el resto de las esquinas también había
comercios y los propietarios de los establecimientos de cada esquina solían
reunirse por las tardes en la calle para jugar dominó. Aquel dominó trancado,
trancaba la calle y los chóferes de los dos únicos camiones del lugar
forzosamente quedaban atrapados en el punto cuando iban de un lugar e otro
hasta una tarde que no había juego chocaron aparatosamente quedando el suceso
como manjar para el lápiz de Régulo.
Otro suceso, a caso como cinematográfica
estampa de Buñuel, fue el del Maestro Chucho, rendido para siempre en su
chinchorro de moriche, abrazado a su guitarra y a su botella de anís El Mono
mientras una columna de hormigas amarillas desfilaban por su cuerpo inerte e
inerme al ritmo del silencio eterno.
Pero este es
mas terrible; sin embargo, el no lo pintó sino muchos años después; Pechon, el
mandadero y aguador del pueblo, siempre metido en un aro, semejante al reducido
circulo de su vida, fue enviado a las Colonias Móviles de El Dorado por haberlo
inducido el hambre a situación de delincuente (hurto una gallina jabada) y
luego de una fuga junto con cuatros compañeros
reclusos, lo devoro la misma hambre que un mal día lo atacó en Caicara.
En medio del infierno verde, su figura grotesca, parecía el tronco de un árbol
desramado floreciendo en cristo.
La figura que hizo
el Penare muerto de fiebre amarilla en la selva de Los Pijiguaos y cuyos restos
descansan por equivocación en el Cementerio de Arlington, se reduce al simple
monumento que el cree le fue levantado al gringo que en vez del panare quedo
con sus huesos hundidos en un hueco hormiguero, donde lo sepultó su enterrador,
Juan Cancio, un negro flaco y vivaracho, baquiano de la zona.
De manera que
el musiu, buscador de bauxita, con sombrero de corcho, pipa y lobadillo de avestruz,
no le salio por mala suerte ni siquiera el cementerio de Caicara que como el de
Ciudad Bolívar se encuentra en una loma por temor a las inundaciones y que también
tiene su ‘’Descanso’’. Allí estaría el pobre de no haber sido arrojado en un
abandonado hueco hormiguero. Allí estaría al lado de le desgarbada figura de Bruna
Delgadillo, tan delgada como su cruz de alambre, pero menos desgraciada que
Caimán Chucuto, virtualmente culpable de todas las travesuras que ocurrían en Caicara,
incluyendo la hoz y el martillo en el muro de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz.
Caimán Chucuto,
compañero inseparable de Régulo, a pesar de su vida de ‘’Muchacho Malo’’, a
quien se le atribuía incluso haberle pegado fuego a una burra que seguramente
lo ‘’Corneaba’’, tuvo buena fortuna como empresario ligado a la ‘’Caimanera de
Fedecamaras’’, solo que no ligó buen final; murió aplastado por un shuto. Con
las tripas afuera, como le ocurrió a su paisana doña Victoria cuando esta se retorcía
como un bejuco a causa de la fiebre. Solo que la doña tuvo salvación gracias a
una peripecia de cirugía rural, en tanto que Caimán chucuto quedo hundido en la
torrentera de la desgracia como las bolas de billar que un día intentando
carambola por las cuatro bandas, saco de su espacio verde para ir a parar a un
musgoso afluente artificial del Orinoco.
Un cautiverio
fluvial para unas bolas cansadas de robar a fuerza de taco y perilla a José
Vicente, el amigo de Régulo, un día le salio también cautiverio en la fluvial
Tucupita y allá fue el pintor a darle por los barrotes su mano de paloma viva
para luego hablar de la ramera Clotilde y como desde pequeño a su amigo José
Vicente lo persiguió el cautiverio, pues su padre que había convertido la vieja
cárcel de San Fernando de Apure en una mansión, lo castigaba en un cuartito que
los presos en sus malos tiempos bautizaron como El Tigrito.
Cuánto habría
dado Régulo para rescatar a su amigo que mataba el tiempo escribiendo poemas,
pero no pudo físicamente. Los barrotes eran inmensos y muy pesados. Solo pudo
rescatarlo en su cuaderno de apuntes, quizás en el mismo con el cual rescató a
200 especies amenazadas de ser sepultadas en el lago que formaría sobre el Caroni
la represa de Guri, exceptuada la pereza, según el mismo cuenta en su libro ‘’Orinoco,
Irónico y Onírico’’, publicado en 1992 por la Academia Nacional
de la Historia ,
y que me sirvió de mucho para ser reportaje. Claro, no fue por pereza de él
toda vez que la misma es pecado capital, sino porque el mamífero desdentado no
sincronizaba sus movimientos con el hiperestésico lápiz de regulo al mejor
cazador se le va la liebre y la pereza también aunque esta sea muy lenta y el
cazador muy activo.
Nadie puede negar
la superactividad de Régulo. Siempre la ha tenido, tanto en Caicara, el mundo
de su infancia y parte de la adolescencia, como en Caracas donde se ha
realizado como profesional de las artes visuales en dos campos: el de la
pintura y el dibujo. Este último le ha permitido hacer periodismo en el género
de la caricatura.
Aparte de esa
efervescencia en su quehacer artístico, es obvia la calidad de su trabajo,
incluyendo los que marcaron sus primeros pasos de estudiante por la Escuela de Artes Plásticas
y Artes Aplicadas de Caracas (1945) entre los cuales tuvimos la ocasión de
apreciar la pintura que la poeta Luz Machado exhibía en su apartamento de
Cumbres de Curumo. De no haber sido así no habría obtenido el Premio Nacional
de dibujo en 1960 y el de pintura siete años después (esta obra puede verse en
el Museo de Ciudad Bolívar, casa del Correo del Orinoco).
Pero su vida de
artista lo marcó indudablemente el Taller Libre de arte (1947-1952) y su contacto durante cinco años
con las mejores escuelas de Francia e Italia de donde al final se vino para
dirigir la Escuela
de artes Plásticas de la Universidad
de los Andes.
Antes, en 1957,
define junto con Jacobo Borges y Luis Guevara Moreno, la orientación del
movimiento figurativo realismo social dentro del cual se ha mantenido vivo y
constante.
Desde su
regreso de Paris en 1957, el trabajo artístico de Régulo en el campo de la
pintura, del dibujo, de la ilustración, del humorismo grafico y el periodismo,
es constante. Sus exposiciones individuales por toda Venezuela son innumerables
y, hoy por hoy, Regulo Pérez, con sus 65 años a cuesta, se mantiene vigente.
La pintura de
Régulo como la de César Rengifo, Gabriel Bracho, Héctor Poleo, Pedro León
Zapata y José Antonio Dávila, se ubica dentro del realismo social, un
movimiento pictórico que emergió hacia los años veinte con los muralistas mexicanos
Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, que tuvo su gran
fuente de inspiración en la utopia del socialismo.
El arte que
hasta entonces había sido individualista y ajeno a la solidaridad humana, asume
con este movimiento el compromiso ideológico de utilizar la imagen en función de
un mensaje de solidaridad con los desposeídos, de solidaridad con los oprimidos
y de denuncia, de protesta contra los poseedores y opresores, siempre en arreas
de una sociedad mas justa.
BIBLIOGRAFIA;
REGULO PEREZ-Orinoco, Irónico, y Orinoco-1992
ALFREDO
BOULTON- La pintura en Venezuela- 1987 Exposición
Artística Plástico Guayanés- Catalogo-1983.
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