sábado, 26 de marzo de 2022

RÉGULO PÉREZ




Régulo Pérez, nunca al parecer, ha querido celebrar su cumpleaños el 19 de diciembre, sino el 30 de marzo, día de San Régulo. Me imagino que el pintor se opone a esa costumbre tan socialmente arraigada, preguntándose por qué celebrar un año más de viejo, si la vejez denota proximidad a la muerte y nadie en este mundo, aparte de los suicidas, desea morir.
El 1929 cuando nació, toda Caicara (toda, porque Caicara era una aldea), creía que había nacido muerto porque, contraviniendo la regla biológica, no lloró, a pesar de que ese día había un gran jolgorio del pueblo celebrando con fuegos artificiales el aniversario del ascenso al Poder de Juan Vicente Gómez.
 Vino a llorar al tercer día porque unas hormigas negras (según constató la Cieguita que lo partió) estaban degustando su cuerpo, el cuerpo de quien seria llevado al bautisterio de Nuestra Señora de la Luz con el nombre de Régulo en memoria del General Regulo Olivares, revolucionario antigomecista admirado por su padre, quien potencialmente lo era también y seguramente alimentaba la esperanza de que su hijo cuando grande lo fuese igualmente, pero su hijo que había resultado tan exquisito para las hormigas, prefirió la pintura artística. De haberlo adivinado quizás lo había llamado Leo, quien manifestaba su antigomecismo pintando geniales caricaturas. De todas maneras su pintura ha estado asociada a la ideología propugnadora de una sociedad más justa.
 Regulo le hizo pintor porque su padre en ese sentido fue complaciente, posiblemente viendo la inclinación del niño, esmerado en pintar los cartones de la Lotería de Animalitos con la cual la gente de su pueblo se distraía a la vez que ligaba la suerte; esmerado asimismo en pintar las figuras del cine silente (El anillo de los Nibelungos, La muerte de Sigfrido, la Venganza de Krimilda) en las cuales parecían reencarnar personajes pintorescos de Caicara como el popular Crispin Pulido, el electricistas Marcial Infante, el flaco Sixto Pedriquez, el tuerto Agilio Cardier y sucesos insólitos como el de la burra incendiada que, por instinto, buscaba desesperada el agua del Orinoco.
Régulo creció entre el río y los llanos de Caicara, pintando ludicos animalitos, personajes de la picardía  pueblerina, jugando el escondite de tras de la Piedra del Sol y de la Luna y viendo al loco Joaquín marchar con una campana anunciando la película del día que por lo general era ella parte del ciclo legendario de Fritz Lanz, hasta que un día de agosto se desbordó el Orinoco, inundo la sala del Cine Cedeño y el celuloide quedo sepultado en las entrañas del Fafnir de la crecida.
El padre de Régulo vivía y tenia negocio en una de las cuatro esquinas donde se cruzaban las dos calles principales de Caicara. En el resto de las esquinas también había comercios y los propietarios de los establecimientos de cada esquina solían reunirse por las tardes en la calle para jugar dominó. Aquel dominó trancado, trancaba la calle y los chóferes de los dos únicos camiones del lugar forzosamente quedaban atrapados en el punto cuando iban de un lugar e otro hasta una tarde que no había juego chocaron aparatosamente quedando el suceso como manjar para el lápiz de Régulo.
 Otro suceso, a caso como cinematográfica estampa de Buñuel, fue el del Maestro Chucho, rendido para siempre en su chinchorro de moriche, abrazado a su guitarra y a su botella de anís El Mono mientras una columna de hormigas amarillas desfilaban por su cuerpo inerte e inerme al ritmo del silencio eterno.
Pero este es mas terrible; sin embargo, el no lo pintó sino muchos años después; Pechon, el mandadero y aguador del pueblo, siempre metido en un aro, semejante al reducido circulo de su vida, fue enviado a las Colonias Móviles de El Dorado por haberlo inducido el hambre a situación de delincuente (hurto una gallina jabada) y luego de una fuga junto con cuatros compañeros  reclusos, lo devoro la misma hambre que un mal día lo atacó en Caicara. En medio del infierno verde, su figura grotesca, parecía el tronco de un árbol desramado floreciendo en cristo.
La figura que hizo el Penare muerto de fiebre amarilla en la selva de Los Pijiguaos y cuyos restos descansan por equivocación en el Cementerio de Arlington, se reduce al simple monumento que el cree le fue levantado al gringo que en vez del panare quedo con sus huesos hundidos en un hueco hormiguero, donde lo sepultó su enterrador, Juan Cancio, un negro flaco y vivaracho, baquiano de la zona.
De manera que el musiu, buscador de bauxita, con sombrero de corcho, pipa y lobadillo de avestruz, no le salio por mala suerte ni siquiera el cementerio de Caicara que como el de Ciudad Bolívar se encuentra en una loma por temor a las inundaciones y que también tiene su ‘’Descanso’’. Allí estaría el pobre de no haber sido arrojado en un abandonado hueco hormiguero. Allí estaría al lado de le desgarbada figura de Bruna Delgadillo, tan delgada como su cruz de alambre, pero menos desgraciada que Caimán Chucuto, virtualmente culpable de todas las travesuras que ocurrían en Caicara, incluyendo la hoz y el martillo en el muro de la iglesia de Nuestra Señora de la Luz.
Caimán Chucuto, compañero inseparable de Régulo, a pesar de su vida de ‘’Muchacho Malo’’, a quien se le atribuía incluso haberle pegado fuego a una burra que seguramente lo ‘’Corneaba’’, tuvo buena fortuna como empresario ligado a la ‘’Caimanera de Fedecamaras’’, solo que no ligó buen final; murió aplastado por un shuto. Con las tripas afuera, como le ocurrió a su paisana doña Victoria cuando esta se retorcía como un bejuco a causa de la fiebre. Solo que la doña tuvo salvación gracias a una peripecia de cirugía rural, en tanto que Caimán chucuto quedo hundido en la torrentera de la desgracia como las bolas de billar que un día intentando carambola por las cuatro bandas, saco de su espacio verde para ir a parar a un musgoso afluente artificial del Orinoco.
Un cautiverio fluvial para unas bolas cansadas de robar a fuerza de taco y perilla a José Vicente, el amigo de Régulo, un día le salio también cautiverio en la fluvial Tucupita y allá fue el pintor a darle por los barrotes su mano de paloma viva para luego hablar de la ramera Clotilde y como desde pequeño a su amigo José Vicente lo persiguió el cautiverio, pues su padre que había convertido la vieja cárcel de San Fernando de Apure en una mansión, lo castigaba en un cuartito que los presos en sus malos tiempos bautizaron como El Tigrito.
Cuánto habría dado Régulo para rescatar a su amigo que mataba el tiempo escribiendo poemas, pero no pudo físicamente. Los barrotes eran inmensos y muy pesados. Solo pudo rescatarlo en su cuaderno de apuntes, quizás en el mismo con el cual rescató a 200 especies amenazadas de ser sepultadas en el lago que formaría sobre el Caroni la represa de Guri, exceptuada la pereza, según el mismo cuenta en su libro ‘’Orinoco, Irónico y Onírico’’, publicado en 1992 por la Academia Nacional de la Historia, y que me sirvió de mucho para ser reportaje. Claro, no fue por pereza de él toda vez que la misma es pecado capital, sino porque el mamífero desdentado no sincronizaba sus movimientos con el hiperestésico lápiz de regulo al mejor cazador se le va la liebre y la pereza también aunque esta sea muy lenta y el cazador muy activo.
Nadie puede negar la superactividad de Régulo. Siempre la ha tenido, tanto en Caicara, el mundo de su infancia y parte de la adolescencia, como en Caracas donde se ha realizado como profesional de las artes visuales en dos campos: el de la pintura y el dibujo. Este último le ha permitido hacer periodismo en el género de la caricatura.
Aparte de esa efervescencia en su quehacer artístico, es obvia la calidad de su trabajo, incluyendo los que marcaron sus primeros pasos de estudiante por la Escuela de Artes Plásticas y Artes Aplicadas de Caracas (1945) entre los cuales tuvimos la ocasión de apreciar la pintura que la poeta Luz Machado exhibía en su apartamento de Cumbres de Curumo. De no haber sido así no habría obtenido el Premio Nacional de dibujo en 1960 y el de pintura siete años después (esta obra puede verse en el Museo de Ciudad Bolívar, casa del Correo del Orinoco).
Pero su vida de artista lo marcó indudablemente el Taller Libre de arte  (1947-1952) y su contacto durante cinco años con las mejores escuelas de Francia e Italia de donde al final se vino para dirigir la Escuela de artes Plásticas de la Universidad de los Andes.
Antes, en 1957, define junto con Jacobo Borges y Luis Guevara Moreno, la orientación del movimiento figurativo realismo social dentro del cual se ha mantenido vivo y constante.
Desde su regreso de Paris en 1957, el trabajo artístico de Régulo en el campo de la pintura, del dibujo, de la ilustración, del humorismo grafico y el periodismo, es constante. Sus exposiciones individuales por toda Venezuela son innumerables y, hoy por hoy, Regulo Pérez, con sus 65 años a cuesta, se mantiene vigente.
La pintura de Régulo como la de César Rengifo, Gabriel Bracho, Héctor Poleo, Pedro León Zapata y José Antonio Dávila, se ubica dentro del realismo social, un movimiento pictórico que emergió hacia los años veinte con los muralistas mexicanos Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros, que tuvo su gran fuente de inspiración en la utopia del socialismo.
El arte que hasta entonces había sido individualista y ajeno a la solidaridad humana, asume con este movimiento el compromiso ideológico de utilizar la imagen en función de un mensaje de solidaridad con los desposeídos, de solidaridad con los oprimidos y de denuncia, de protesta contra los poseedores y opresores, siempre en arreas de una sociedad mas justa.
BIBLIOGRAFIA; REGULO PEREZ-Orinoco, Irónico, y Orinoco-1992

ALFREDO BOULTON- La pintura en Venezuela- 1987  Exposición Artística Plástico Guayanés- Catalogo-1983.

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