lunes, 7 de diciembre de 2015

FRANCISCO VITANZA


El doctor Arnoldo Gabaldón, frente a un  peligroso recrudecimiento de la malaria, expresó en 1988, que para volver a conquistar territorio en su erradicación se requería de mucho estudio, coraje y sudor. Precisamente, tres rasgos que, además de las mística y disciplina organizacional, resaltaron en la vida profesional de Francisco Vitanza Catalioti.

En 1988 cuando el doctor Gabaldón tuvo esa reflexión se registraron en Venezuela 30 mil casos  de paludismo, quizás poco con relación a los 800 mil reportados entonces en el resto de Latinoamérica, pero bastante si se tomaban en cuenta que siete años atrás, vale decir en 1981, la endemia se había reducido a menos de 4 mil enfermos en todo el país. En 1988, la malaria se extendía por toda Venezuela desde su foco principal en la región minera de guayaba. Para entonces el doctor Francisco Vitanza había sido jubilado tras cuarenta años de servicio sin cesar desde Barinas hasta el sur del Orinoco, pero no cabía duda que el recrudecimiento del paludismo respondía al abandono de la campaña de prevención por la forma como se venía atropellando el presupuesto de malariología desde 1981.

Exactamente, en 1980 la incidencia malárica en Venezuela se había reducido a 3.901 casos. La cifra subió a 12.058 en 1954, pasando en 1987 a 17 mil y más de 30 mil en 1988 cuando se retomó la campaña de prevención aportando mayores recursos y esfuerzos.

Prácticamente se estaba perdiendo todo el trabajo que se venía realizando desde el 27 de julio de 1936 cuando el Presidente Eleazar López Contreras fundó la Dirección de Malariología del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y se dispuso  el 20 por ciento del presupuesto para encarar firmemente el problema de la malaria que estaba inervando a la población.

Para entonces, de 2 millones de tenia Venezuela, morían unas  10 mil personas a consecuencia del paludismo. De allí que ese mismo año el Congreso dictara una Ley de Defensa contra el paludismo, pero en una medida que el presupuesto de Sanidad iba creciendo se estimaba un porcentaje menor, hasta quedar en 11 por ciento, el cual fue aumentado al 22 por ciento en el período presidencial de 1959-64, siendo el doctor Arnoldo Gabaldón el Ministro de Sanidad.

Para ese período en que el doctor Gabaldón ejercía la cartera de Sanidad ya el doctor Francisco Vitanza  se hallaba en Guayana como Médico Jefe de la II Zona de Malariología y aprovechó esa bonanza de recurso para llevar adelante la gran tarea de erradicación de la malaria.

El doctor Francisco Vitanza Catalioti, nació en Naso (Messina) Italia el 16 de mayo de 1917, casado con Mara Passeri, (Maturita Artística),    se había graduado doctor en Medicina suma cum laude en la Regia Universidad de Roma en julio de 1942, ejercido en Nápoles, prestado servicio en la Escuela Militar de Florencia y cumplido en 1947 en curso de malariología en la Universidad de Roma.

 El 5 de septiembre de 1947 llegó a Venezuela contratado por el gobierno del Estado Barinas  y díez días luego ya estaba trabajando como Médico rural en el pueblo de Calderas, de donde pasó el año siguiente a Altamira de Cáceres. Aquí nació su hijo mayor el arquitecto y campeón nacional de esgrima Ricardo Vitanza, ex Director de Turismo del Estado Bolívar, y escribió el libro ”Contribución a la Geografía Médico-Sanitaria de Altamira de Cáceres” publicado en esa identidad.
 En agosto de 1950 fue trasferido a Maracay donde realizó un curso internacional de malariología y oras enfermedades metaxénicas. Allí donde fue retenido como médico de la División de Malariología, nació su segundo hijo Roberto y el 16 de mayo de 1951 designado Médico Jefe de la IV Zona Malárica del Estado Monagas y Delta Amacuro. Tenía su residencia en Maturín donde nació Darío, el tercer y último de sus hijos, casado con una de mis hijas, ondina.

Luego de tres años justos, recibió instrucciones de asumir la dirección de Malariología en la región de mayor incidencia endémica; El Estado Bolívar, donde permaneció hasta el final de su vida.

De manera que el 16 de mayo de mayo de 1954 el Dr. Francisco Vitanza era flamante Médico Jefe de la Zona III de Malariología del Estado Bolívar, siendo el doctor Eurodo Sánchez Lanz gobernador, pero no llevaba año y medio en ejercicio cuando Sanidad lo envió a Londres a realizar el curso de medicinas tropical e higiene a la Universidad de esa capital británica. Entonces presentó un trabajo “Los insectos malignos más comunes del Estado Bolívar y el Territorio Federal Delta Amacuro”  publicado más tarde (marzo de 1962) en la revista de Sanidad.

Cuando regresó a Londres fue ratificado con otro nombramiento: Médico Jefe de la Zona III de la Dirección de Malariología y Saneamiento Ambiental del Estado Bolivar. Era el año 1961 y el doctor Gabaldón Ministro de Sanidad, tiempo en que Malariología disfruto del mayor porcentaje (22%)  del presupuesto final.

Con esa suma se logra aumentar el número de tratamientos. En 1961 fueron tratados 800 mil de un millón de casos detectados, logrando Venezuela un record, según su Organización Mundial de la Salud, en cuanto al mayor porcentaje de área endémica cubierta. Prácticamente, el paludismo había quedado contratado  o casi erradicado.

Pero poco a poco administradores posteriormente fueron descuidando los programas dando pábulo con ello al resurgimiento del paludismo. El porcentaje del presupuesto de Sanidad para el control de la malaria se redujo a un tres por ciento afectando negativamente la frecuencia del rociamiento de insecticidas y determinando, por esta causa, un aumento cada vez mayor de los casos de morbilidad y mortalidad al sur del Estado Bolívar, Amazonas, Táchira y de los Estados Zulia y Sucre.

Desde la llegada del doctor Francisco Vitanza a Bolívar, las cosas cambiaron, o comenzaron a cambiar radicalmente desde 1956 hasta casi lograr la erradicación del paludismo en jurisdicción del Estado.

En 1960 prácticamente se había logrado la erradicación de la malaria en la Urbana y Caicara, municipios donde se había encontrado casos desde los años  comprendido de 1956 a 1960 año este en que empezaron a reducirse los recursos frente a una mano de obra e insumo cada vez más costosos. No obstante, se hiciera sacrificio y la campaña antimalárica continuó con tenacidad y esfuerzos lográndose entre 1961 y 1963, un promedio de apenas 50 casos de paludismo al año.

Pero finalizan en 1969 advino Guaniamo con sus densos aluviones diamantíferos que destellaban riquezas, pero también la malignidad del paludismo. La gente fluyo de todas partes de Venezuela y de los países vecinos y así una zona virgen y desplomada se vio súbitablemente habitados por unas 4 mil personas atraídas por la agañaza de la piedra preciosa que entonces parecía tener mayor valor que el oro.

Al año siguiente estallo lo que se temía,  un brote de paludismo que por falta de recursos no pudo ser controlado. La fiebre guaniamera del diamante amenazaba acabar con todos los esfuerzos. Entre 1970 y 1973  se registraron en todo el Estado 16.556 casos, de los cuales 8.959 procedente de la región minera del Guaniamo, con el grabante de que el P. Falciparum se manifestaba resistente a la cloroquina.

Frente a esta gravísima situación la Dirección de Malariología y Saneamiento Ambiental recabó recursos extras del Ministerio y otros organismos gubernamentales y se propuso reducir el mal a su mínima expresión. Así ocurrio el 1974 pudo cerrarse con logros positivos desde el punto de vista epidemiológico.  La incidencia malárica registró un descenso del 71.8 por ciento en todo el Estado.

La preocupación más acentuada  la ofrecía la resistencia de algunas cepas del P. Falciparum a la cloroquina y la respuesta no satisfactoria a los tratamientos de segunda línea con sulfa y pirimetamina, pero la unificación de los ciclos de rociamiento y la extensión de ellos ayudó a romper el eslabón más débil de la cadena de transmisión.

Hasta 1987 cuando se produjo la jubilación del doctor Francisco Vitanza y no obstante que desde el 84 la fiebre del diamante estaba siendo suplantada por la del oro de manera exacerbada, la incidencia malárica se mantenía bajo riguroso control con unos recursos que sufrían el impacto de la inflación a causa de la devaluación de nuestro signo monetario. Por supuesto que esto no resistiría por mucho tiempo y en 1988  la fiebre del oro se transforma en intensa fiebre malárica de pronóstico inquietante hasta el punto de reportarse 31 mil casos de paludismo: 3.400  en el área endémica de Caicara, L Urbana, Santa Rosalía, La Paragua e Icabarú y 27.600 en los municipios El Dorado y Tumeremo, donde surgieron focos de transmisión malárica  como consecuencia de la invasión de más de 30 mil personas dispersas en 8 mil kilómetros cuadrados en busca de oro y diamantes.

De estos 31 mil casos de paludismo confirmados, 35 por ciento equivalentes a 8.800 casos, incluyendo 16 muertes, correspondía al Plasmodium Falciparum y un 65 por ciento al Plasmodium Vivax que es un parásito relativamente benigno. Esta cifra superó los 40 mil años al siguiente hasta que el resultado de un pool  de recursos aportados mediante convenio con Sanidad, CVG y Gobernación que de principio fu de 100 y actualmente de 342 millones de bolívares, ha venido reduciendo la incidencia hasta el punto que para el año 1992 la proyección de Malariología la situación en unos 10.5000 casos.

Como se ve, nunca antes de 1987 se había llegado a esa cifra epidémica y hubo que invertir unos 800 millones de bolívares para reducir la incidencia malárica a la proyección ya citada y disponiendo incluso de la novedosa vacuna anti-merozoitica de Manuel Elkin Patarroyo. Esto contribuye a destacar los méritos del doctor Francisco Vitanza Catalioti durante los 40 años que estuvo  al servicio de la Malariología y al equipo tan lleno de mística que lo acompaño a la cabeza del cual estuvo siempre con impecable voluntad y espíritu de servicio de inspector de Agustín Tenxerio.


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