El doctor Arnoldo Gabaldón, frente a un peligroso recrudecimiento de la malaria,
expresó en 1988, que para volver a conquistar territorio en su erradicación se
requería de mucho estudio, coraje y sudor. Precisamente, tres rasgos que,
además de las mística y disciplina organizacional, resaltaron en la vida
profesional de Francisco Vitanza Catalioti.
En 1988 cuando el doctor
Gabaldón tuvo esa reflexión se registraron en Venezuela 30 mil casos de paludismo, quizás poco con relación a los
800 mil reportados entonces en el resto de Latinoamérica, pero bastante si se
tomaban en cuenta que siete años atrás, vale decir en 1981, la endemia se había
reducido a menos de 4 mil enfermos en todo el país. En 1988, la malaria se
extendía por toda Venezuela desde su foco principal en la región minera de
guayaba. Para entonces el doctor Francisco Vitanza había sido jubilado tras
cuarenta años de servicio sin cesar desde Barinas hasta el sur del Orinoco,
pero no cabía duda que el recrudecimiento del paludismo respondía al abandono
de la campaña de prevención por la forma como se venía atropellando el
presupuesto de malariología desde 1981.
Exactamente, en 1980 la
incidencia malárica en Venezuela se había reducido a 3.901 casos. La cifra
subió a 12.058 en 1954, pasando en 1987 a 17 mil y más de 30 mil en 1988 cuando
se retomó la campaña de prevención aportando mayores recursos y esfuerzos.
Prácticamente se estaba
perdiendo todo el trabajo que se venía realizando desde el 27 de julio de 1936
cuando el Presidente Eleazar López Contreras fundó la Dirección de Malariología
del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social y se dispuso el 20 por ciento del presupuesto para encarar
firmemente el problema de la malaria que estaba inervando a la población.
Para entonces, de 2 millones de
tenia Venezuela, morían unas 10 mil
personas a consecuencia del paludismo. De allí que ese mismo año el Congreso
dictara una Ley de Defensa contra el paludismo, pero en una medida que el
presupuesto de Sanidad iba creciendo se estimaba un porcentaje menor, hasta
quedar en 11 por ciento, el cual fue aumentado al 22 por ciento en el período
presidencial de 1959-64, siendo el doctor Arnoldo Gabaldón el Ministro de
Sanidad.
Para ese período en que el
doctor Gabaldón ejercía la cartera de Sanidad ya el doctor Francisco
Vitanza se hallaba en Guayana como
Médico Jefe de la II Zona de Malariología y aprovechó esa bonanza de recurso
para llevar adelante la gran tarea de erradicación de la malaria.
El doctor Francisco Vitanza
Catalioti, nació en Naso (Messina) Italia el 16 de mayo de 1917, casado con
Mara Passeri, (Maturita Artística), se
había graduado doctor en Medicina suma cum laude en la Regia Universidad de
Roma en julio de 1942, ejercido en Nápoles, prestado servicio en la Escuela
Militar de Florencia y cumplido en 1947 en curso de malariología en la
Universidad de Roma.
El 5 de septiembre de 1947 llegó a Venezuela
contratado por el gobierno del Estado Barinas
y díez días luego ya estaba trabajando como Médico rural en el pueblo de
Calderas, de donde pasó el año siguiente a Altamira de Cáceres. Aquí nació su
hijo mayor el arquitecto y campeón nacional de esgrima Ricardo Vitanza, ex Director
de Turismo del Estado Bolívar, y escribió el libro ”Contribución a la Geografía
Médico-Sanitaria de Altamira de Cáceres” publicado en esa identidad.
En agosto de 1950 fue trasferido a Maracay
donde realizó un curso internacional de malariología y oras enfermedades
metaxénicas. Allí donde fue retenido como médico de la División de
Malariología, nació su segundo hijo Roberto y el 16 de mayo de 1951 designado
Médico Jefe de la IV Zona Malárica del Estado Monagas y Delta Amacuro. Tenía su
residencia en Maturín donde nació Darío, el tercer y último de sus hijos,
casado con una de mis hijas, ondina.
Luego de tres años justos,
recibió instrucciones de asumir la dirección de Malariología en la región de
mayor incidencia endémica; El Estado Bolívar, donde permaneció hasta el final
de su vida.
De manera que el 16 de mayo de
mayo de 1954 el Dr. Francisco Vitanza era flamante Médico Jefe de la Zona III
de Malariología del Estado Bolívar, siendo el doctor Eurodo Sánchez Lanz
gobernador, pero no llevaba año y medio en ejercicio cuando Sanidad lo envió a
Londres a realizar el curso de medicinas tropical e higiene a la Universidad de
esa capital británica. Entonces presentó un trabajo “Los insectos malignos más
comunes del Estado Bolívar y el Territorio Federal Delta Amacuro” publicado más tarde (marzo de 1962) en la
revista de Sanidad.
Cuando regresó a Londres fue
ratificado con otro nombramiento: Médico Jefe de la Zona III de la Dirección de
Malariología y Saneamiento Ambiental del Estado Bolivar. Era el año 1961 y el
doctor Gabaldón Ministro de Sanidad, tiempo en que Malariología disfruto del
mayor porcentaje (22%) del presupuesto
final.
Con esa suma se logra aumentar
el número de tratamientos. En 1961 fueron tratados 800 mil de un millón de
casos detectados, logrando Venezuela un record, según su Organización Mundial
de la Salud, en cuanto al mayor porcentaje de área endémica cubierta.
Prácticamente, el paludismo había quedado contratado o casi erradicado.
Pero poco a poco administradores
posteriormente fueron descuidando los programas dando pábulo con ello al
resurgimiento del paludismo. El porcentaje del presupuesto de Sanidad para el
control de la malaria se redujo a un tres por ciento afectando negativamente la
frecuencia del rociamiento de insecticidas y determinando, por esta causa, un
aumento cada vez mayor de los casos de morbilidad y mortalidad al sur del
Estado Bolívar, Amazonas, Táchira y de los Estados Zulia y Sucre.
Desde la llegada del doctor
Francisco Vitanza a Bolívar, las cosas cambiaron, o comenzaron a cambiar
radicalmente desde 1956 hasta casi lograr la erradicación del paludismo en
jurisdicción del Estado.
En 1960 prácticamente se había
logrado la erradicación de la malaria en la Urbana y Caicara, municipios donde
se había encontrado casos desde los años
comprendido de 1956 a 1960 año este en que empezaron a reducirse los
recursos frente a una mano de obra e insumo cada vez más costosos. No obstante,
se hiciera sacrificio y la campaña antimalárica continuó con tenacidad y
esfuerzos lográndose entre 1961 y 1963, un promedio de apenas 50 casos de
paludismo al año.
Pero finalizan en 1969 advino
Guaniamo con sus densos aluviones diamantíferos que destellaban riquezas, pero
también la malignidad del paludismo. La gente fluyo de todas partes de Venezuela
y de los países vecinos y así una zona virgen y desplomada se vio
súbitablemente habitados por unas 4 mil personas atraídas por la agañaza de la
piedra preciosa que entonces parecía tener mayor valor que el oro.
Al año siguiente estallo lo que
se temía, un brote de paludismo que por
falta de recursos no pudo ser controlado. La fiebre guaniamera del diamante
amenazaba acabar con todos los esfuerzos. Entre 1970 y 1973 se registraron en todo el Estado 16.556
casos, de los cuales 8.959 procedente de la región minera del Guaniamo, con el
grabante de que el P. Falciparum se manifestaba resistente a la cloroquina.
Frente a esta gravísima
situación la Dirección de Malariología y Saneamiento Ambiental recabó recursos
extras del Ministerio y otros organismos gubernamentales y se propuso reducir
el mal a su mínima expresión. Así ocurrio el 1974 pudo cerrarse con logros
positivos desde el punto de vista epidemiológico. La incidencia malárica registró un descenso
del 71.8 por ciento en todo el Estado.
La preocupación más
acentuada la ofrecía la resistencia de
algunas cepas del P. Falciparum a la cloroquina y la respuesta no satisfactoria
a los tratamientos de segunda línea con sulfa y pirimetamina, pero la
unificación de los ciclos de rociamiento y la extensión de ellos ayudó a romper
el eslabón más débil de la cadena de transmisión.
Hasta 1987 cuando se produjo la
jubilación del doctor Francisco Vitanza y no obstante que desde el 84 la fiebre
del diamante estaba siendo suplantada por la del oro de manera exacerbada, la
incidencia malárica se mantenía bajo riguroso control con unos recursos que
sufrían el impacto de la inflación a causa de la devaluación de nuestro signo
monetario. Por supuesto que esto no resistiría por mucho tiempo y en 1988 la fiebre del oro se transforma en intensa
fiebre malárica de pronóstico inquietante hasta el punto de reportarse 31 mil
casos de paludismo: 3.400 en el área
endémica de Caicara, L Urbana, Santa Rosalía, La Paragua e Icabarú y 27.600 en
los municipios El Dorado y Tumeremo, donde surgieron focos de transmisión
malárica como consecuencia de la
invasión de más de 30 mil personas dispersas en 8 mil kilómetros cuadrados en
busca de oro y diamantes.
De estos 31 mil casos de
paludismo confirmados, 35 por ciento equivalentes a 8.800 casos, incluyendo 16
muertes, correspondía al Plasmodium Falciparum y un 65 por ciento al Plasmodium
Vivax que es un parásito relativamente benigno. Esta cifra superó los 40 mil
años al siguiente hasta que el resultado de un pool de recursos aportados mediante convenio con
Sanidad, CVG y Gobernación que de principio fu de 100 y actualmente de 342
millones de bolívares, ha venido reduciendo la incidencia hasta el punto que
para el año 1992 la proyección de Malariología la situación en unos 10.5000 casos.
Como se ve, nunca antes de 1987
se había llegado a esa cifra epidémica y hubo que invertir unos 800 millones de
bolívares para reducir la incidencia malárica a la proyección ya citada y
disponiendo incluso de la novedosa vacuna anti-merozoitica de Manuel Elkin
Patarroyo. Esto contribuye a destacar los méritos del doctor Francisco Vitanza
Catalioti durante los 40 años que estuvo
al servicio de la Malariología y al equipo tan lleno de mística que lo
acompaño a la cabeza del cual estuvo siempre con impecable voluntad y espíritu
de servicio de inspector de Agustín Tenxerio.
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