viernes, 11 de diciembre de 2015

HORACIO CABRERA SIFONTES


El sentido de la muerte que es el verdadero sentimiento trágico de la vida se puede experimentar de dos maneras: en la carne propia o la de los demás. Lo más  corriente es experimentar la muerte de los otros, y son pocos los seres humanos que se dan realmente cuenta de cómo la muerte nos va invadiendo cada día. En cierta forma se podría decir que vives en un suicidio. Por eso decía Camus que el suicidio es el más importante de todos los temas  filosóficos (Ludovico Silva).

Cuantas veces pensó Horacio en el suicidio? Tantas como cada escalón restado por el tiempo al cerco que le iba reduciendo la vida. No espero que el suicidio se consumara por su cuenta. El siempre fue un rebelde y por eso un día después de conmemorada la Bandera, cuando el sol tenía su crepúsculo sobre el Orinoco, se le adelantó. Como también lo hizo Diego Heredia Hernández, quien lo sucedió en su gobierno. Como también igualmente lo hizo Fabricio Ojeda, con quien pernocté, a fines de 1958 en su hato del palmar. Como así mismo su amigo Alirio Ugarte Pelayo, el 19 de mayo de 1966 y como aquel insigne novelista premio novel que el admiraba, Ernesto Hermingway, el celebre autor de “por quien doblan las campanas” y “muerte al atardecer”.

El siempre fue un adelantado, como todos los canarios de su estirpe que desafiaron al mar temeroso para asentar las bases de su porvenir en aquella tierra de gracia llamada Aragua de Barcelona y después en el Guarín allí en las tierras del Yuruán del Yuruary.

 Yo lo conocí siendo, el Gobernador de este Estado en el año transición de las Dictadura de la vigente Democracia. Ese año de 1958 fue realmente efervescente, a la medida de su temple y de su talla de hombre formado en la dinámica del acontecer nacional.

Venía con el proyecto del puente sobre el Orinoco bajo el brazo. No lo hizo por donde el lo había decretado, con base central sobre piedra del Medio, sino ocho kilómetros aguas arriba, entre Playa Blanca y Punta Chacón. Pero no importa, allí esta y tiene en su haber el haberlo decretado.

Cuando eso ya había recorrido medio mundo. Todavía no se le abría su vena de escritor: Apenas conocíamos “Caramacate”, escrita cuando luchaba en la clandestinidad contra la tiranía de Juan Vicente Gómez. Entonces permaneció secuestrado en la cárcel de la Rotunda desde 1930 hasta 1934, año en que fue deportado junto con Jóvito    Villalba, a quien llamaba hermano; José Antonio Mayobre, Fernando Key Sánchez y otra cáfila de jóvenes combatientes.

La Rotunda me lo confesó en cierta ocasión- era un calabozo descomunalmente redondo donde la voz hueca de los carceleros retumbaba con la misma crudeza tenebrosa de los grillos

Grillos hasta de treintas kilos que los carceleros atornillaban en los píes de los políticos en rebeldía los grillos no solamente estaban en la Rotunda. En todas las prisiones del redimen gomecista funcionaban esos aparatos  medievales concebido para aniquilar a los libres pensadores. Pero una vez que el tirano sucumbió a los términos de su longevidad, los fraguados instrumentos de tortura fueron refundidos para mejor destino unos, y otros como los de la vetusta cárcel de Ciudad Bolívar, lanzado a las aguas profundas.

Los grillos de la cárcel de Ciudad Bolívar se los trago el río. Una vez tirado fueron llevados a bordo de una curiara y lanzados al Orinoco. La fantasía popular dice que cayeron justamente en la fosa de 150 metros agua debajo de la piedra del Medio, donde el bachiller Ernesto Sifontes pescó un pez-sierra que desorientado había penetrado por el estuario del Delta. Allí quedaron los grillos arrojados como áncora de un viejo galeón del que ya no debe quedar ni la herrumbre.

Horacio Cabrera Sifontes padeció grillos de ese calibre, allí en la Rotunda. Grillos como votas infernales a los cuales en un esfuerzo sobrehumano debió adaptarse durante cuatro años de su reclusión en aquella fatídica prisión demolida por fortuna hace más de setenta años, para erigir allí la Plaza Concordia, donde se respira con el recuerdo el aire enrarecido de una época signada por bárbaros procedimientos.

Junto a Horacio ¿Cuántos? El en sus conversaciones solía sacarlo de sus pliegues de una memoria que se resistía a la demencia del tiempo: Francisco (Kotepa) Delgado, Fernando Key Sánchez, Raúl Osorio, José Antonio Mayobre, Juan Bautista Fuenmayor ¿Cuántos más? Es una lista larga y Cabreras Sifontes apenas mencionaba algunos compañeros de su reducida como sórdida celda llamada “El Olido”.

Era un recuerdo tenebroso, pero del cual no se quejaba porque le había transmitido una experiencia extraordinaria al llegar a conocer al régimen político de aquel tiempo.

Horacio fue reducido a la terrible Rotunda por estar comprometido al complot denominado  “Dancing del Hipódromo” que era una organización que conspiraba buscando una salida democrática al régimen autoritario de Gómez.

Entonces trabajaba en el diario “El Heraldo” como traductor de cables noticiosos del ingles y francés al castellana, pues había estudiado en Trinidad y aprendió esos otros dos idiomas que le permitieron conocer más las ciudades europeas por donde viajó y vivió intensamente. Con igual ofició laboró en el diario “La Esfera” y en “New York Bermúdez Company”.

Horacio Cabreras Sifontes  trabajaba y se ganaba la vida en buena lid, pero era un perseguido de Gómez, dado que su familia, desde los tiempos del Mocho Hernández, siempre estuvo metida en empresas revolucionarias. De Guayana se había ido al Zulia. Estuvo un tiempo internado en la montaña y luego quiso normalizar su vida en Caracas, pero no le fue posible porque pronto cayó en las redes de la política oposicionista y consecuentemente en la cárcel y el exilio.

 El 6 de siembre de 1934 fue embarcado en El Flandre y junto con cinco de los 36 políticos que habían en prisión, Salió exiliado hacia Trinidad por el puerto de la Guaira.

Su llegada a Trinidad fue detectada por Miguel Otero Silva. Desde lejos el escritor veía que los recién legados caminaban tirado hacia delante y no podían ser normalmente pues habían perdido el centro de gravedad por llevar grillos durante tanto tiempo.

Cabreras Sifontes juró no volver a Venezuela sino después de la muerte del dictador Juan Vicente Gómez ocurrida el 17 de diciembre de 1935, coincidencialmente de la muerte del Libertador, pero en 1937 volvería a sufrir el ostracismo, pues las cosas que comenzaron bien con López Contreras, terminaron mal y hubo nuevamente presos, persecución y exilio. Entonces se radicó en Bogota y editó en esa capital una colección de relatos de la selva guayanesa bajo el titulo de “Caramacate”.

Posteriormente se traslado a California y allí estudio ingeniería de sonido e intervino en la producción del filme venezolano “Joropo”. A partir de 1940 se vinculó al Maestro Rómulo Gallegos, a quien acompaño en sus exploraciones cinematográficas por los Estados Unidos y escribió una adaptación fílmica de “Doña Bárbara”.

Comenzaban a echar raíces en los Estados Unidos  cuando en tiempo de Isaías Medina Angarita, por una circunstancia inesperada, se vio impelido volver a la patria: el Gobierno norteamericano lo obligaba a enrolarse en el Ejército. Se negó alegando que era exiliado político. Consultaron al Gobierno Venezolano y no escueto telegrama de respuesta de Ministro de Relaciones Interiores, Arturo Uslar Pietri, que decía “Venezuela  no tiene presos políticos ni políticos expulsados”, lo hizo retornar.

Dada su amistad con Rómulo Gallegos estuvo apunto de seguir de lleno en la política, pero no dio cuenta que los dirigentes que estuvieron preso junto con el estaban divididos y eso lo decepcionó tanto que se dijo: “mi puesto no esta en ningún partido sino en el campo”. De manera que miro la tierra de sus abuelos, para la tierra de sus padres Valentín Cabreara Nier y Mercedes Sifontes y de Caracas se vino para Guayana, donde se dedicó a la faena agropecuaria,  legando a ser connotado dirigente y Presidente de la Federación de Ganaderos del Estado. Al lado de su amigo Raúl Villegas  libro importante batallas en defensa del régimen ganadero. Escribió varios folletos sobre problemas del campo y combatió la supresión del Condón Sanitario contra la Aftosa que amenazaba a toda ganadería del país.

 La restauración democrática de 1958 lo elevó a la Gobernación del Estado Bolívar. El hecho de que fuese designado titular del Poder Ejecutivo de su territorio natal, lo calificaba el “casi  una equivocación”. Lo obligo a ello su amistad con Eugenio Mendoza. Al principio se resistió hasta que el industrial entonces miembro de la junta de  Gobierno precedida por el Vicealmirante Wolfgan Larrázabal le dijo: “vas a tener plena libertad, tu eres un elemento de plena confianza, y vas a escoger el equipo que tu creas necesario”. Esa frese oportuna lo convenció y aceptó el mandato.

Cuando vinieron las elecciones del 508 y concluía su gestión, Sofía Fernández de Lezama fue comisionada por Rómulo Betancourt para proponerle que se quedara en el gobierno un año más y luego vino a ratificárselo personalmente el Dr. Raúl Leoni aduciendo que Acción Democrática no tenía objeciones,  que deseaba se quedara en la Gobernación por que lo había hecho bien. Entonces Horacio le respondió: “ahora menos me quedo porque nadie es buen gobernante sino aquel que se muere a tiempo”.
No quería don Horacio caer en la tentación de arriesgar su buen imagen de gobernante en el continuado y enrevesado juego de la política. Además se acordaba del poeta nativista Héctor Guillermo Villalobos, quien fue victima de la pugna interna de su partido, llegando el Dr. J. M. Siso Martínez a proponerle a resolver en el pecho para que renunciara como Gobernador que fue del 45 al 46 pero el poeta no se acordaba sino que lo desarmó y después el Ministro Valmore Rodríguez lo llamó y le dijo: “Querido Guillermo, te voy a dar un chance para que renuncies”  y Héctor Guillermo Villalobos le respondió: “Yo no renuncio porque yo lo estoy haciendo bien. Si usted quiere, quíteme” y lo quitaron.

Durante el periodo 1964-1968 el escritor político Horacio Cabreras Sifontes represento al Estado Bolívar como Senador de la República en las listas de URD. El aparecía como candidato independiente, por que nunca había querido militar alegando que era reacio a la disciplina partidista. Sin embargo, el día en que unos cuantos parlamentarios urredistas le dieron la espalda al partido amarillo, el quiso tener un gesto de solidaridad con el partido que lo llevo en sus planchas y se inscribió como militante.

Pero en 1973 no quiso militar más URD y alegaba como causa la inconsistencia de Jovito Villalba  hacia los partidos con los cuales suscribió un acuerdo para ir unidos a las elecciones de 1973 en torno a un solo candidato escogido en un Congreso que se reunió en el palacio de los Deportes. Pues bien, Paz Galárraga y Jovito Villalba se diputaron la candidatura de unidad de la Izquierdas. Resulto electo el doctor Jesús Angel Paz Galárraga del Movimiento electoral del pueblo, y Villalba dijo entonces el discurso más revolucionario, más sociológico, más científico que halla dicho en su vida.

Horacio solía citar casi textualmente aquel pasaje conmovedor del discurso de Villalba que decía:”…. Ustedes creen que yo estoy triste porque he perdido, pero yo he ganado, he ganado mi lucha de todos los tiempos porque sacrificándome yo a la ambición tonta por la Presidencia de la República, he logrado que se unan las Izquierdas”.
Pero aquellas palabras que resonaron en el corazón de los sufragantes, pronto cayeron en el vacío. Al día siguiente Jovito había girado 180 grados. Preocupado, Horacio Cabreras Sifontes, fue hasta la residencia de Jovito, donde se hallaba reunido con un grupo de miembros del Directorio y la dijo: “Hermano, necesito hablar con usted dos minutos” y respondió el maestro: “dos minutos es mucho tiempo”. Entonces replico Horacio:”lo que le iba a decir es privado mejor es que lo sepan todos: hermanos, a ti te queda una sola alternativa, o eres consecuente con lo que dijiste anoche o te perdiste para siempre”. Parecía derrumbarse así la grande y entrañable amistad de muchos años, desde los torturantes días de la Rotunda.

Eso era la personalidad de este hombre que el lunes 13, a las cinco de la tarde, tuvo el valor de dispararse un tiro ante la perspectiva de la invalidez. Quizás si se acuerda de Franklin Delano Roosvelt que dirigió a su gran gran país desde una silla de ruedas, habría desistido, pero fue su decisión y se respeta, al fin y al cabo como decía Albert Camus, muerto también trágicamente, pero en accidente de transito, que “vivir es un suicidio” y si lo es en el fondo, Horacio no hizo otra cosa que reforzar el concepto con un hecho desgarradoramente contundente.

Pero nos deja su lección de honestidad y franqueza y una obra literaria  de una docena de libros que comenzó a ser profusa con “la Guayana Esequiba”, estudio profundo que realizó cuando el Gobierno de Venezuela a través del Canciller Marcos Falcón Briceño denunció en el seno de las Naciones Unidas, el Laudo Arbitral de 1899. En 1972 continuó su obra con “La Rubiera”, relato basado en su experiencia como administrador que fue de ese fundo, el más grande habido en Venezuela, 180 leguas y donde vivió constantemente enfrentado a cuatreros organizados que diezmaban la ganadería y tigres depredadores que abundaban en la zona. En 1974 público “El Conde Cattaneo”  que es la vida de un personaje aristocrático llegado a Venezuela en tiempos de Cipriano Casto y que tuvo muy unido a su familia, especialmente al General Domingo Sifontes, fundador del Dorado y con quien expulsó a ingleses empeñados en  rodar las fronteras. En 1979 publico “Verdad del lago Parima”, relato donde sostiene que ese lago, realmente existió, pero no era ningún Dorado. Lo ubica en lo que es hoy un Hato la Vergareña que fue de su propiedad, donde hoy pastan unas 30 mil cabezas de ganado. Este valle o depresión de 50 mil hectáreas corresponde según su investigación al punto geográfico señalado por Humboldt y revela características geológicas de un lago que se vació por un fenómeno muy espontáneo y natural.

En 1980 hizo editar “Guayana el Mocho Hernández”, libro que relata episodio de la Guayana adentro en torno a este pintoresco personaje de la política venezolana, quien junto a su abuelo el General Domingo Sifontes se sublevó en el Yuruary en respaldo de la Revolución Legalista de Joaquín Crespo.

En 1982 “El Profeta Enoch”, vivencia y seguimiento que le hizo a este personaje misterioso que conmovía a Guayana en los tiempos de Humareda, 1926, por sus predicciones tan negativas que se volviera contra de el, pues termino preso en cárcel colombiana.

1984, “La Guayana de Oro y Don Antonio Luccioni”, que es la vida documental de este corzo fundador de El Callao y administrador de las minas más fabulosas descubiertas en aquel distrito minero del Yuruary;
1985, “El Tigre de Madre Viejo”. Donde cuenta varias de sus hazañas como gran matador de tigres. Se enfrento a un centenar de felinos en la Rubiera, en los Montes de Nuria y en la Vergareña, entre otros el tigre Madre Viejo, azote de la Hacienda Buena Esperanza, del coronel Eloy Montenegro, al sur del Lago de Maracaibo.

En 1988, “El Abuelo”, un ensayo sobre la vida y ambiente del General Domingo Sifontes, con motivo de bicentenario de su tierra Tumeremo, donde nació hace 85 años.

Casi todas sus obras fueron publicadas en Caracas por cuenta de Editores Centauro, excepto los dos últimas:”Estudio Histórico Geográfico de Guayana” y “El extraño caso donde velorio en ausencia” editados por la Gobernación del Estado Bolívar.


Algunas otras obras seguramente quedan por allí, tal vez el “Taita del que tanto hablaba, rezagado en los anaqueles apretados por su biblioteca envidiable, y que seguramente ser rescatado por su publica en ausencia. Sería esta la de un filósofo llanero que como todos los filósofos deben tener su concepción de la muerte, como la tuvo Ludovico Silva, a quien cito, al iniciar este reportaje, y con el cual se me antoja concluir citando esto que el también dijo de la muerte: la muerte es un viento frío que nos penetra hasta los huesos y los deja como resecos y duro, con el blancor deslumbrante. Ya he sentido esa muerte, yo he estado muerto. Hace diez años, durante una enfermedad penosa, vi pasar delante mió un montón de cadáveres. Y, ahora, en mis sueños la vigilia, veo muertos, muchos muertos. Este producto de mi melancolía, me ha vuelto intratable, porque no hago sino ver fantasmas y oír música, encerrado como un cadáver en un rincón más humilde de mi casa. Es lo que quería ese gran filósofo de la muerte, Franz Kafka:”solo un rincón donde respirar”. 

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