La vida adulta hasta su muerte
de este novelista y este cuentista de la selva guayanesa, nacido en Tovar
de Mérida en octubre de 1941, transcurrió entre el Caroní y la paragua, lugar
de este último donde fundó un Hato que se le tragó el embalse de la prensa de
Guri.
Sobre la selva de Guayana,
extendida esta hasta Río Negro y el Guainía, han escrito y transcendido el
francés Julio Verne con su novela “El Soberbio Orinoco”, asimismo el
norteamericano Robert Hudson con su novela “Mansiones Verdes”; el venezolano
Rómulo Gallegos con su prodigiosa obra “Canaíma” y el colombiano José Eustacio
Rivera con la “La Vigárine”, pero ninguno tan personalmente vivencial, profuso
y omnímodo como José Berti.
Berti escribió “Hacia el Oeste corre el
Antabare”, “Espejismo de la Selva”, “Oro y Orquídea”, EL “Motor Supremo” y
habría podido escribir otra más si no hubiera sino porque la muerte lo atajó a
destiempo.
Julio Verne jamás vino a América
y mucho menos podía estar en Guayana. Su novela la escribió apoyado en los
relatos que hizo Jean Chaffanjon de sus viajes por el Caura y el Orinoco
tratando de localizar las fuentes primarias del gran río.
Gallegos no vivió en Guayana. no
necesito vivir en Guayana para escribir su novela “Canaíma” a la que algunos críticos encontraron
parecida a “La Vorgine”, no así el crítico
chileno Arturo Torres Rioseco, quien la halla diferente no solo en
cuanto a técnica y estilo si no en el planteamiento de fondo.
Pedro Díaz Seijas la considera
la Novela de las Selva, donde la selva es la gran protagonista a veces
enfrentada con sus propias criaturas. Para Juan Liscano, Canaíma “antes que la
novela de la selva”, es la novela de Marcos Vargas, su principal protagonista,
otra figura extraordinaria del existir venezolano”.
“La Vorágine” la escribió José
Eustacio Rivera basado en los manuscrito de Arturo Cova remitido al Gobierno de
su país por el Cónsul de Colombia en Manaos, y roza a la selva de Guayana al
través de Río Negro, Funes y la Guaina,
en tantos que Canaíma da escribió Gallegos entre Nueva York y España
después de una breve visita a Guayana en 1930 bajo el Gobierno local del doctor
Toribio Muños y llevando como baquiano a Rafael Lezama, configurado con la
novela como Manuel Ladera.
De suerte e independientemente
de la calidad y trascendencia de lose
anteriores, la obra de José Berti resulta relevante porque lo vivió y escribe
en carne propia y con los pies afincados en la misma selva, ya es un Alto
Supamo extrayendo la savia del balatá como en Parapapoy buscando el dorado o en el Alto Paragua
explotando madera o cruzando ganado de las raza Cebú con Red Pol en su Hato de
San Mateo y El Cachimbo sepultado por las aguas represadas en Guri.
Berti no nació en Guayana sino
en el merideño pueblo de Tovar (4 de octubre de 1891). Estudio en Mérida hasta
graduarse de bachiller en filosofía (1909) y luego curso ingeniería en la
Universidad Central de Venezuela, carrera que abandono para dedicarse a la
actividad minera y agropecuaria de Guayana, donde hizo fortuna como propietario
de las minas de oro en Parapapoy, del Hato Cachimbo y del aserradero Santa
Magdalena de Currucay. De temprana edad, Berti se sintió atraído por el influjo
de la selva de Guayana a través de los relatos de viejos aventureros y una vez
en Caracas reforzó esa inquietud y decidió internarse en la selva sureña del
Orinoco tras la aventura del Dorado en cualquiera de sus forma, tal como lo
hicieron antes que el Médico Luis Plazard desde la aragueña colonia Tovar y
Pedro Monasterio desde Barquisimeto. Pero José Berti, como el cojereño Lucas
Fernández Peña, Fundador de Santa Elena de Uairén, se quedo sembrado hasta
confundirse sus restos con la tierra de su Hato Cachimbo.
Se había, en efecto, graduado de
bachiller en Mérida y avanzado con la carrera de ingeniería en la UCV, pero
como Marcos Vargas, renuncio a la civilización y busco los caminos del “infierno verde” para regresarle a su
mundo de origen de los frutos de ardorosas vivencias con lo salvaje y lo
primitivo.
Berti volvió y murió en la
selva, pero jamás perdió contacto con la civilización. Siempre estuvo vinculado
a ella a través de la familia y sus libros. Así pudo trascender a la voz de
críticos como el español Francisco Cosssia y Corral; de instituciones como la
sociedad y antropología y Geografía; de periódicos como “La Prensa” de Buenos
Aires y de revista como “Book Abrotas” de Nueva York y Billiken, de Argentina.
De las obras de José Berti, se
conoce “hacía el Oeste el Antabare”
(1945), la primera; “Espejismo de la Selva” publicada en 1947, “Oro y Orquídea”, en 1955 y “Motor Supremo” editada en 1957, todas
escrito sobre una base autobiográfica y en las cuales trata temas vinculados
con la explotación aurífera, la del caucho de la vida de Guayana.
“Hacía el Oeste corre el Antabare” es un libro de leyenda en la cual
se encuentra la breve novela “Menqui” de diez capítulos. “Espejismo de la Selva” es
más vivencial y en ella hay un buen material sobre la Paragua, pues al final de
sus jornadas por intricadas regiones de la selva se estableció allí
definitivamente y fundo <Cachimbo> después de haber vendido el Hato San
Mateo. <Espejismo de la selva> es la novela cauchera, la historia de la
explotación, comercio del balatá y de las peripecias del hombre de trabajo
incursionando con arrojo en lo desconocido. Es también continuación de la
biografía etnolológia de una raza que se extingue por la misma fuerza del
hombre, supuestamente civilizado, que penetra en la selva, y asimismo la
historia de lo humano y de lo divino, la historia de la injusticia y la
arbitrariedad de una época signada por el despotismo político que encarna
Venezuela si la dividían socialmente los Doctores y los Generales y estos
últimos se encontraban hasta los jefes Civiles y Comisarios en los lugares más
remotos del campo y de la selva.
“Oro y Orquídea” es
prácticamente la continuación de “Espejismo de la Selva”, pero relato de
transición entre lo que se llamo la
fiebre del balatá y la del oro. El metal, señuelo de la conquista, reaparece
con inusitado interés tras el auge del caucho. Reaparece en cada meandro y
recodo del Caroní dando pábulo a leyenda e historias que cobran fuerzas
descriptivas en los tres primeros libros y que Berti intenta coronar con “Motor
Supremo”, su última novela publicada dos años antes de su muerte (1959).
Vino a ser esta novela del
llano, de la anegadiza pampa apureña que sirve de refugio al fugitivo tovareño
Hipólito, indomable y violento espíritu de la sierra que siempre se impone al
adversario haciendo honor al legendario valor de los Paracá.
Los arecunas son las comunidades
indígenas con las cuales convive y tiene mayor contacto Berti en sus andanzas
en la selva. En su novela “Hacia el Oeste
corre el Antabare” hace mención a la
deidad Canaíma, la cual también recoge Gallegos en su novela del mismo nombre.
Dice Berti que los arecunas, habitantes del Antabare que afluente de Caroní,
como muchas otras tribus, no creen en la muerte natural y para explicase la
eterna desaparición del ser humano, concibieron a Canaíma, divinidad que ellos
imaginaban como un extraño indio vestido de noche sin luna, que habita en los
recónditos parajes de la selva y aparece en todas partes con diferentes
nombres, siempre armado con un gran garrote de tres filos y una tapara de yare
parta golpear o envenenar a su victimas.
Loa arecunas tienen un dios,
provisto de dos cabezas. La de la derecha con el nombre de Atictó, la deidad
del mar. Es la deidad del bien y la de la izquierda con el nombre de Ueue, la deidad del mal. Cada deidad del bien y del
mal tiene delegados que habitan sobre las cumbres planas de los Tepuyes y hacía
las cuales deben acudir el piatsan, especie de mensajero o procurador siempre pendiente
de los problemas y calamidades del pueblo.
Por ejemplo, cuando un arekuna
se enfrenta, el piatsan trasmite el mensaje a esos espíritus del bien y del mal
que habitan sobre los Tepuyes. Estos, los Mabaritón y los Canaimatón alzan el
vuelo y se posan sobre las cabeza del Dios. Si se inclina primero Ataictó, el
enfermo se salvará, si por el contrario lo hace primero Ueue, el paciente
morirá.
Y así como esta leyenda existen
muchas de los arecunas, entre ellas la del Colibrí que es como premonitoria de
lo que ocurrirá en el Caroní con las
presas hidroeléctricas. Según esta leyenda que Berti recoge en “Espejismo de la selva”, cada cierto
tiempo, por las noches, aparecía surcando las aguas tormentosas del Caroní, una
misteriosa canoa conduciendo a un gigantesco Colibrí coronado de luz muy viva e
intensa y cuya mirada como rayo fulminaba a cuanto ser humano estuviese a su
alcance. Para los arecunas tenía su nombre: “Tucuy Endaquemá” y para
evitar que el extraño pájaro alado pudiera con su canoa remontar algún día
hasta el poblado, los indios pensaban construir un número de piedras
atravesadas en el río, tal cual como esta hoy el dique de la Gran Presa de
Guri. Solo que este muro o dique de ahora nada evita sino que favorece la
fuerza megavática oculta en el río y que realmente puede fulminar a cualquier
ser viviente, pero que la ciencia y la tecnología moderna son capaces de
dominar, controlar y administrar en función de un aprovechamiento que solo
admite la destrucción en forma accidental o fortuita.
Berti terminó sus días el 9 de
marzo de 1959, en su propio Hato Cachimbo del Hato Paragua donde quedo
sepultado. Años después sus restos fueron exhumados y reubicaron debido a una
expropiación del fundo, ejecutada por CVG-Edelca ante la inminencia de ser cubierto
por las aguas represadas de la Gran Empresa Hidroeléctrica de Guri.
Mérida que nunca se olvida de
sus valores, aunque se hallan realizado y servido en otro lares, rindió
homenaje al escritor tovareño
erigiéndole en el centenario de su
natalicio, un busto más una plaza en Tovar, y recientemente la Gobernación
decretó la reedición de sus obras comenzando por “Hacía el Oeste el Antabare”. Es lo que nos informó a mi y a Olimpia
Berti, nieta del escritor, a través de sendas llamadas telefónicas desde Mérida,
el colega Néstor Sánchez, Cronista de Bailadores y Director del Archivo
Municipal de Tovar.
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