miércoles, 9 de diciembre de 2015

JOSÉ BERTI



La vida adulta hasta su muerte  de este novelista y este cuentista de la selva guayanesa, nacido en Tovar de Mérida en octubre de 1941, transcurrió entre el Caroní y la paragua, lugar de este último donde fundó un Hato que se le tragó el embalse de la prensa de Guri.

Sobre la selva de Guayana, extendida esta hasta Río Negro y el Guainía, han escrito y transcendido el francés Julio Verne con su novela “El Soberbio Orinoco”, asimismo el norteamericano Robert Hudson con su novela “Mansiones Verdes”; el venezolano Rómulo Gallegos con su prodigiosa obra “Canaíma” y el colombiano José Eustacio Rivera con la “La Vigárine”, pero ninguno tan personalmente vivencial, profuso y omnímodo como José Berti.

 Berti escribió “Hacia el Oeste corre el Antabare”, “Espejismo de la Selva”, “Oro y Orquídea”, EL “Motor Supremo” y habría podido escribir otra más si no hubiera sino porque la muerte lo atajó a destiempo.

Julio Verne jamás vino a América y mucho menos podía estar en Guayana. Su novela la escribió apoyado en los relatos que hizo Jean Chaffanjon de sus viajes por el Caura y el Orinoco tratando de localizar las fuentes primarias del gran río.

Gallegos no vivió en Guayana. no necesito vivir en Guayana para escribir su novela “Canaíma”  a la que algunos críticos encontraron parecida a “La Vorgine”, no así el crítico  chileno Arturo Torres Rioseco, quien la halla diferente no solo en cuanto a técnica y estilo si no en el planteamiento de fondo.

Pedro Díaz Seijas la considera la Novela de las Selva, donde la selva es la gran protagonista a veces enfrentada con sus propias criaturas. Para Juan Liscano, Canaíma “antes que la novela de la selva”, es la novela de Marcos Vargas, su principal protagonista, otra figura extraordinaria del existir venezolano”.

“La Vorágine” la escribió José Eustacio Rivera basado en los manuscrito de Arturo Cova remitido al Gobierno de su país por el Cónsul de Colombia en Manaos, y roza a la selva de Guayana al través de Río Negro, Funes y la Guaina,  en tantos que Canaíma da escribió Gallegos entre Nueva York y España después de una breve visita a Guayana en 1930 bajo el Gobierno local del doctor Toribio Muños y llevando como baquiano a Rafael Lezama, configurado con la novela como Manuel Ladera.
De suerte e independientemente de la   calidad y trascendencia de lose anteriores, la obra de José Berti resulta relevante porque lo vivió y escribe en carne propia y con los pies afincados en la misma selva, ya es un Alto Supamo extrayendo la savia del balatá como en Parapapoy  buscando el dorado o en el Alto Paragua explotando madera o cruzando ganado de las raza Cebú con Red Pol en su Hato de San Mateo y El Cachimbo sepultado por las aguas represadas en Guri.

Berti no nació en Guayana sino en el merideño pueblo de Tovar (4 de octubre de 1891). Estudio en Mérida hasta graduarse de bachiller en filosofía (1909) y luego curso ingeniería en la Universidad Central de Venezuela, carrera que abandono para dedicarse a la actividad minera y agropecuaria de Guayana, donde hizo fortuna como propietario de las minas de oro en Parapapoy, del Hato Cachimbo y del aserradero Santa Magdalena de Currucay. De temprana edad, Berti se sintió atraído por el influjo de la selva de Guayana a través de los relatos de viejos aventureros y una vez en Caracas reforzó esa inquietud y decidió internarse en la selva sureña del Orinoco tras la aventura del Dorado en cualquiera de sus forma, tal como lo hicieron antes que el Médico Luis Plazard desde la aragueña colonia Tovar y Pedro Monasterio desde Barquisimeto. Pero José Berti, como el cojereño Lucas Fernández Peña, Fundador de Santa Elena de Uairén, se quedo sembrado hasta confundirse sus restos con la tierra de su Hato Cachimbo.

Se había, en efecto, graduado de bachiller en Mérida y avanzado con la carrera de ingeniería en la UCV, pero como Marcos Vargas, renuncio a la civilización y busco los caminos del “infierno verde” para regresarle a su mundo de origen de los frutos de ardorosas vivencias con lo salvaje y lo primitivo.

Berti volvió y murió en la selva, pero jamás perdió contacto con la civilización. Siempre estuvo vinculado a ella a través de la familia y sus libros. Así pudo trascender a la voz de críticos como el español Francisco Cosssia y Corral; de instituciones como la sociedad y antropología y Geografía; de periódicos como “La Prensa” de Buenos Aires y de revista como “Book Abrotas” de Nueva York y Billiken, de Argentina.

De las obras de José Berti, se conoce “hacía el Oeste el Antabare” (1945), la primera; “Espejismo de la Selva” publicada en 1947, “Oro y Orquídea”, en 1955 y “Motor Supremo” editada en 1957, todas escrito sobre una base autobiográfica y en las cuales trata temas vinculados con la explotación aurífera, la del caucho de la vida de Guayana.

Hacía el Oeste corre el Antabare” es un libro de leyenda en la cual se encuentra la breve novela “Menqui”  de diez capítulos. “Espejismo de la Selva”  es más vivencial y en ella hay un buen material sobre la Paragua, pues al final de sus jornadas por intricadas regiones de la selva se estableció allí definitivamente y fundo <Cachimbo> después de haber vendido el Hato San Mateo. <Espejismo de la selva> es la novela cauchera, la historia de la explotación, comercio del balatá y de las peripecias del hombre de trabajo incursionando con arrojo en lo desconocido. Es también continuación de la biografía etnolológia de una raza que se extingue por la misma fuerza del hombre, supuestamente civilizado, que penetra en la selva, y asimismo la historia de lo humano y de lo divino, la historia de la injusticia y la arbitrariedad de una época signada por el despotismo político que encarna Venezuela si la dividían socialmente los Doctores y los Generales y estos últimos se encontraban hasta los jefes Civiles y Comisarios en los lugares más remotos del campo y de la selva.

“Oro y Orquídea” es prácticamente la continuación de “Espejismo de la Selva”, pero relato de transición  entre lo que se llamo la fiebre del balatá y la del oro. El metal, señuelo de la conquista, reaparece con inusitado interés tras el auge del caucho. Reaparece en cada meandro y recodo del Caroní dando pábulo a leyenda e historias que cobran fuerzas descriptivas en los tres primeros libros y que Berti intenta coronar con “Motor Supremo”, su última novela publicada dos años antes de su muerte (1959).

Vino a ser esta novela del llano, de la anegadiza pampa apureña que sirve de refugio al fugitivo tovareño Hipólito, indomable y violento espíritu de la sierra que siempre se impone al adversario haciendo honor al legendario valor de los Paracá.

Los arecunas son las comunidades indígenas con las cuales convive y tiene mayor contacto Berti en sus andanzas en la selva. En su novela “Hacia el Oeste corre el Antabare”  hace mención a la deidad Canaíma, la cual también recoge Gallegos en su novela del mismo nombre. Dice Berti que los arecunas, habitantes del Antabare que afluente de Caroní, como muchas otras tribus, no creen en la muerte natural y para explicase la eterna desaparición del ser humano, concibieron a Canaíma, divinidad que ellos imaginaban como un extraño indio vestido de noche sin luna, que habita en los recónditos parajes de la selva y aparece en todas partes con diferentes nombres, siempre armado con un gran garrote de tres filos y una tapara de yare parta golpear o envenenar a su victimas.
Loa arecunas tienen un dios, provisto de dos cabezas. La de la derecha con el nombre de Atictó, la deidad del mar. Es la deidad del bien y la de la izquierda con el nombre de Ueue,  la deidad del mal. Cada deidad del bien y del mal tiene delegados que habitan sobre las cumbres planas de los Tepuyes y hacía las cuales deben acudir el piatsan,  especie de mensajero o procurador siempre pendiente de los problemas y calamidades del pueblo.

Por ejemplo, cuando un arekuna se enfrenta, el piatsan trasmite el mensaje a esos espíritus del bien y del mal que habitan sobre los Tepuyes. Estos, los Mabaritón y los Canaimatón alzan el vuelo y se posan sobre las cabeza del Dios. Si se inclina primero Ataictó, el enfermo se salvará, si por el contrario lo hace primero Ueue, el paciente morirá.

Y así como esta leyenda existen muchas de los arecunas, entre ellas la del Colibrí que es como premonitoria de lo que ocurrirá  en el Caroní con las presas hidroeléctricas. Según esta leyenda que Berti recoge en “Espejismo de la selva”, cada cierto tiempo, por las noches, aparecía surcando las aguas tormentosas del Caroní, una misteriosa canoa conduciendo a un gigantesco Colibrí coronado de luz muy viva e intensa y cuya mirada como rayo fulminaba a cuanto ser humano estuviese a su alcance. Para los arecunas tenía su nombre: “Tucuy Endaquemá”  y para evitar que el extraño pájaro alado pudiera con su canoa remontar algún día hasta el poblado, los indios pensaban construir un número de piedras atravesadas en el río, tal cual como esta hoy el dique de la Gran Presa de Guri. Solo que este muro o dique de ahora nada evita sino que favorece la fuerza megavática oculta en el río y que realmente puede fulminar a cualquier ser viviente, pero que la ciencia y la tecnología moderna son capaces de dominar, controlar y administrar en función de un aprovechamiento que solo admite la destrucción en forma accidental o fortuita.
Berti terminó sus días el 9 de marzo de 1959, en su propio Hato Cachimbo del Hato Paragua donde quedo sepultado. Años después sus restos fueron exhumados y reubicaron debido a una expropiación del fundo, ejecutada por CVG-Edelca ante la inminencia de ser cubierto por las aguas represadas de la Gran Empresa Hidroeléctrica de Guri.


Mérida que nunca se olvida de sus valores, aunque se hallan realizado y servido en otro lares, rindió homenaje al escritor  tovareño erigiéndole en el centenario  de su natalicio, un busto más una plaza en Tovar, y recientemente la Gobernación decretó la reedición de sus obras comenzando por “Hacía el Oeste el Antabare”. Es lo que nos informó a mi y a Olimpia Berti, nieta del escritor, a través de sendas llamadas telefónicas desde Mérida, el colega Néstor Sánchez, Cronista de Bailadores y Director del Archivo Municipal de Tovar.  

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