Primero en aplicar la penicilina en Guayana. Primero también en practicar una operación
quirúrgica en la Zona del Hierro. Siendo
Gran Maestro dejó de ir a la Logia por consideración a Monseñor Samuel Pinto
Gómez, Vicario de la Diócesis, quien vivía en su casa.
Bártoli
dice que es la mano de Esperanza la que está en todo eso que se le mete a uno
por los ojos que traspone el umbral y sube hasta el pequeño cuarto de estudio
donde la juventud del general Juan Vicente Gómez quedó atrapado en un retrato
tan viejo como el siglo y donde un telescopio caído parece resentirse
de no poder ver el Halley que se asoma atravesando la constelación de acuario.
Abajo,
desde el recibo hasta la puerta de la cocina que envuelve con su aroma la juventud de
Esperanza, las traviesas Muriel y Poliana
discurren sin alterar la atmósfera yerática de valiosas piezas antiguas.
Un majestuoso reloj francés del siglo
quince, otros y muchos más abanicando la inexorabilidad del tiempo; una colección de monedas
venezolanas comenzando por la locha monaguense; increíbles lámparas de carburo
colgantes haciendo juego con las doradas del Santísimo que Monseñor
Samuel Pinto Gómez no quiso que
permanecieran más en la ibérica
península de sus ancestros; una campana apagada contra el piso y un
título de bachiller en Filosofía de los
que expedía la Universidad Central y del cual se enorgullece nuestro
entrevistado Humberto Bártoli, médico cirujano graduado en la propia UCV en una
época en que ya los norteamericanos habiéndose afianzado en la industria
extractiva del petróleo buscaban hacerlo igual con el hierro de Guayana.
En
cada una de esas piezas antiguas decorando muros y pasillos, incluyendo una
caja fuerte inglesa, el piano del Deán y la autofónica del general
Marcelino Torres García, “La Negra”, como le dice a su esposa Esperanza
Wagner, puso su gracia y su acento.
Ella
se llama como mi finca que hubiera
podido llamar “Rosita” ¿pero, figúrate, quién la hubiera aguantado?
Bártoli,
como buen cristiano, asegura que cumple con los diez mandamientos, menos con el
noveno, según el cual no se debe desear la mujer del prójimo.
Su
matrimonio se parece mucho a un restaurante
en que cada uno cree que ha pedido lo mejor hasta que ve el plato del
vecino – arguye con una sonrisa pisciana.
Hablando
de platos, no hay nada mejor que unas pastas a la toscana. Eso le viene desde
muy atrás. Le viene de los Luquessi y los Bártoli que eran de Lucca, ciudad de
Italia. Los Bártoli siguieron las huellas del Peregrino Luquessi, un tío
alarife que se vino a Ciudad Bolívar el siglo anterior para levantar muchas
casas de calicanto en el casco angostureño. Santos Bártoli, mi abuelo,
estudiaba en el Galileo Galilei de Florencia y llegó a ser diácono en el deseo
familiar de que fuese sacerdote, pero como su padre el escultor Doménico
Bártoli murió en Berlín a causa de una pulmonía complicada, desistió del
sacerdocio y se dejó atraer por la añagaza del oro que quiso encontrar ya de
caporal o poniéndose a la par de los musculosos negros de El Callao que
semidesnudos y la luz de velas parapeteadas en la profundidad de los túneles,
penetraban a fuerza de martillo las entrañas de las vetas. A quien hablaba un italiano puro y hubiese formado en un
colegio florentino tan prestigioso como espiritual, le resultaba un infierno
dantesco aquella empresa de oro escondido en las entrañas de la madre tierra y
no soportándolo mucho se vino a la Upata
de los Cova Fernández donde
comenzó a nucleares, mezclarse y ramificarse el toscano apellido Bártoli.
Santos Bártoli se casó con Rosario Salmerón, nieta de Don Pedro Cova, siendo
caporal del hato de sus padres donde después de diácono y minero se hizo
llanero de lazo y espuelas. De este matrimonio Bártoli - Salmerón nacieron:
Isabel, Alfredo, Pedro, José Angel, Teodoro, Carmelita y Virgilio.
Yo
soy hijo de Pedro y primer nieto de la familia. Mi padre se casó con Carmen
Teresa Da Silva, de Upata, hija de don Pancho Da Silva, de origen
portugués. Nací 4 de Marzo de 1917, en plena época gomecista,
cuando de la villa de Yocoima a Ciudad Bolívar se tardaba tres días y a veces
cuatro en invierno atravesando la montaña de Caruachi y ocho horas mínimo
navegando el Orinoco desde Puerto de Tablas. Por la piel de este hombre magro,
curtido en el ejercicio pleno de la medicina, han pasado casi setenta años y
según la teoría astrológica que rige para los nacidos bajo el signo de Neptuno,
habrá de ver lo que está un poco más allá del año 2000. Durante ese trayecto
han nacido 5 hembras, 5 varones y 22 nietos. Se casó cuando estudiaba segundo
año de medicina y pudo graduarse no obstante las complicaciones del connubio en
Octubre de 1944. Díez días después era jefe del Departamento de Medicina de la
Iron Mines Co. of Venezuela. Recuerda el
doctor Humberto Bártoli que a bordo de un DC-3 llegó al aeropuerto de San Félix
que era un pajonal, vestido con traje azul marino y una corbata que lo ahorcaba
a plena y radiante luz del sol.
Graduado
en ciencias médicas retornaba a la tierra confluida por el Orinoco y el Caroní
donde emergería la industria pesada venezolana, equidistante de su nativa Upata
donde transcurrió toda su infancia de
primaria y Ciudad Bolívar, donde estudió la secundaria.
Pero
en el Campamento de Palúa estuve poco tiempo debido a un impasse con la
superintendencia, además me sentía como amarrado y a mi el único lazo que me
ata desde hace 50 años es el de Mi Negra.
¿Y qué le pasó?
El
Superintendente de la compañía pretendía que la penicilina que traían cruda y
en frasco de cien mil unidades desde Estados Unidos sólo fuese utilizada en
pacientes norteamericanos.
¿Cómo reaccionó?
-Yo soy venezolano, vivo, trabajo en y para
Venezuela y primero son mis compatriotas y después los gringos.
El doctor Bártoli fue el primero en usar la
Penicilina en el Estado Bolívar. La poderosa sustancia bacteriológica había
sido descubierta en 1928 por el médico inglés Alexander Fleming junto con Chain
y Florey. Llegaba a Guayana 16 años después. Bártoli fue también el primero en
practicar una operación quirúrgica en la Zona del Hierro. Lo recuerda orgulloso
y con vivo interés: Era un paciente que sufría de acceso apendicular, de nombre
Angel Medina, andino, marido de Pepita Pérez Vidal. Trabajaba como carpintero
en la compañía y después por virtud de lo acontecido sellamos una amistad
de compadre.
¿Cuánto ganaba un médico entonces?
Yo ganaba en la Iron 1400 bolívares
trabajando 24 horas los siete días de la semana.
¿Qué hizo después?
Renuncié para encargarme de la
Medicatura Rural de San Félix y a raíz
de la Revolución de Octubre de 1945, me transfirieron para el viejo Hospital de
Ciudad Bolívar donde trabajé en el Servicio de Cirugía para Mujeres y como médico
del Batallón de la Infantería de la plaza, pero al año y medio se registró una
epidemia de viruela en Tumeremo y
Sanidad me pidió trasladarme hasta allá para combatirla. De 300 casos sólo uno
fue mortal. Luego me nombraron director del hospital Santa Rosa de Tumeremo y
allí permanecí durante diez años alternado como médico de las FAC y como
forense. En 1957 el doctor Humberto Bártoli retornó a Ciudad Bolívar donde
continuó ejerciendo como Médico Forense. Ejerció en el Seguro Social. Dirigió
la Unidad del Ipasme durante 14 años y sirvió como médico civil en el Batallón
de Ingenieros Juan Manuel Cajigal N º 6 durante cuatro años. Es autor de la
letra de la canción marcial de este Batallón a la cual el maestro Gallegos le
puso la música. Porque Bártoli- faceta desconocida- es poeta, acaso por
influencia del poeta José del Valle Laveaux, quien fue su maestro de primaria
en Upata. Pero sus versos siguen a la medida y estilo del pasado y para no
chocar con lo contemporáneo dice que prefiere guardarlos bien guardados.
¨Es
lo mejor¨ subraya mientras nos sirve un guayoyo. Bártoli suma 41 años de
ejercicio profesional y en su cuarto de
estudios hay diplomas de todos los tamaños.
24 años en el Seguro, 30 años como médico forense, de los cuales 25 en
la PTJ, 10 años en la FAC, 4 en el Cajigal, 10 en el hospital de Tumeremo, y
sigue. Jamás ha ejercido la política.
¿Si tuviese que inscribirse en un partido
político, en cuál lo haría?
- En ninguno, Soy un independiente
con gríngolas. No quiero mirar hacia los lados para no horrorizarme de muchas
cosas que hacen los políticos.
¿Pero tiene sus ideas políticas,
evidentemente?
- Si, pero no deseo comentarlas ni discutirlas
responde mientras se queda viendo fijamente un retrato de Gómez colocado en su
cuarto.
¿Qué opina de los partidos políticos?
- La
partidocracia se está dejando aventajar por la autocracia en razón de que al
multiplicar las ambiciones de sus líderes debilita la unidad que reclama la
nación para poder funcionar óptimamente.
¿Cómo juzga a los presidentes que han
gobernado los últimos 40 años?
- Cargados de muy buenas intenciones, pero
malos administradores. Guardando la distancia, creo que un pulpero administra
mejor.
¿Cuál considera que ha sido el mejor
Gobernador que ha tenido el Estado Bolívar
durante los cuatro últimos decenios?
- Aquí no ha habido ni buenos ni malos porque
ninguno gobierna. Este es un país federal con un régimen centralista y los
mandatarios regionales están constreñidos a los patrones que le traza el Poder Central.
¿Por qué estudió medicina?
- Porque en mi época de estudiante había mas
facilidades para la medicina que para la ingeniería mecánica.
¿Y ahora que está jubilado qué hace?
- Yo soy campesino nato porque me crié en el
hato de mi abuelo Pancho y la tierra se me metió en la sangre. A 25 kilómetros antes de la encrucijada de
Maripa está mi modesta finca. Se llama como mi mujer “Doña Esperanza” allí me
siento integrado en la naturaleza.
¿Ha leído la última novela de García
Márquez “El Amor en Tiempos de Cólera”?
- No me avergüenza decir que no leo novelas
sino puros textos de ciencia y tecnología.
¿Pero lee y escribe poesía?
- Eso me releva de tener que leer
novelas.
¿Y tengo entendido que también lee libros
de francés y masonería?
- Yo soy masón, fui Gran Maestro, pero estoy
distanciado.
¿Por qué?
-Podríamos decir impedimento de índole
familiar y social.
¿No entiendo mucho?
-Monseñor Samuel Pinto Gómez es un sacerdote
católico. Pertenece a la familia pontificada en su calidad de monseñor. Es Deán
de la Catedral y vive con nosotros desde hace 35 años que llegó de Europa y,
por respeto y delicadeza me inhibo de asistir a los talleres de la Logia.
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